Los conductores que circulan por vez primera por la carretera Atlanterhavsveien que une el condado noruego de Romsdal con la isla de Averøya se encuentran ante sí con un puente construido en el extremo de una pendiente de varias decenas de metros de altura que, observado desde los márgenes de la vía, da la sensación de terminar abruptamente, de estar a medio acabar.
A tenor de algunas fotografías, parece que cualquier coche que se aventure a subir la cuesta y llegar hasta la cima del puente acabará cayendo al vacío. O, mejor dicho, a las frías aguas que bañan sus riberas.
Nada más lejos de la realidad. Afortunadamente se trata de un simple efecto óptico producto de la peculiar forma del puente, al que los habitantes de la región se refieren con el nombre de «el puente borracho».
Razón no les falta