Cada vez que los voceros de las discográficas y las gestoras de los derechos de autor salen a la palestra exigiendo a los políticos de turno un endurecimiento del código penal que acabe con las descargas y, valiéndose de la tribuna privilegiada que les ofrecen los medios de comunicación generalistas, claman contra los internautas, nos llaman proxenetas de las canciones robadas y sin rubor alguno se atreven a comparar la propiedad intelectual con los niños con sida de África me llevo las manos a la cabeza a modo double facepalm y me doy cuenta de que, a pesar de que hace más de una década que la gente comparte música sin ánimo de lucro desde sus ordenadores, estos señores todavía no se han enterado de qué es y cómo funciona ese monstruo maligno llamado Internet.
La mejor -y diría que casi la única- manera efectiva de limitar las descargas no pasa por tratar de meter en la cárcel a miles de personas, ni por insultar a muchos millones más, ni por creer que la sociedad en general y los jóvenes en particular son seres sin sentimientos que pretenden que Rosario Flores se muera de hambre, sino por articular propuestas que conviertan a esos mismos usuarios que tanto detestan en nuevos clientes que compren canciones o películas.
¿Cómo? Poniendo en marcha servicios online con una oferta de contenidos amplia y variada, en los que la gente pueda adquirir la música y/o los largometrajes que busca de manera cómoda, sin impedimentos absurdos en forma de DRM draconianos y a precios moderados. Netflix ha montado un negocio en base a estas, a priori, sencillas premisas y no le va nada mal. De entrada cotiza en el Nasdaq.
Otras empresas con un modelo de negocio similar como Spotify están en ello. Fundada en Estocolmo por Daniel Ek y Martin Lorentzon, viene ofreciendo sus servicios en Suecia, España, Noruega, Finlandia, Francia, Países Bajos y Reino Unido desde finales del año 2008 con una notable acogida. Por de pronto ha conseguido que gran parte de sus fieles dejen de lado los programas P2P y las páginas de descargas para conseguir las canciones que les gustan. Con este programa ya no les hacen falta.
En Suecia es además el servicio/tienda, online y offline, que más dinero genera a los sellos musicales. Su popularidad no hace sino aumentar en Europa, pero no así en Estados Unidos, donde es un perfecto desconocido para la mayor parte de la población debido a que, hasta ahora, las discográficas no habían aceptado las condiciones que les habían planteado los creadores de Spotify.
Esta situación acaba de dar un vuelco considerable después que se haya sabido que, tras años de negociación infructuosa, hace unas horas han cerrado un acuerdo con Sony Music en virtud del cual van a poder ofrecer la música de los artistas que tiene firmados este sello en EEUU. Para desembarcar en el país del tío Sam deberán convencer también a gigantes como Universal Music, Warner Music o EMI, pero éste es un paso que hace prever que su llegada no está lejos. Al menos no tan lejos como antes.