En los días que siguen a la muerte de un artista de fama internacional, especialmente si el suceso se ha producido de manera inesperada, los medios de comunicación de medio mundo dedican especiales a glosar su vida y logros, las redes sociales se llenan de mensajes haciéndose eco de la desdichada noticia y las radios empiezan a pasar sus canciones a todas horas.
El trágico suceso se convierte, ipso facto, en uno de los temas de conversación estrella en la oficina, en la cafetería, en el bar de la esquina y en el salón de casa y personas que no habían seguido la trayectoria del recién fenecido, de manera casi involuntaria, muestran interés, quizá por primera vez, por el trabajo que realizó en vida.
Como consecuencia, y durante un breve periodo de tiempo, las ventas de sus discos experimentan un crecimiento exponencial y, de estar en el más absoluto de los olvidos, acumulando polvo en los escaparates de las tiendas durante años o incluso décadas, pasan a ocupar las primeras posiciones de las listas de éxitos.
Eso es algo que saben más que de sobras las discográficas, que no dudan en aprovecharse de las circunstancias para ganar dinero a espuertas. Lo hacen, además, sin disimulo alguno. Sin ir más lejos, 30 minutos después de que se hiciera pública la muerte de Whitney Houston, los habituales de iTunes vieron cómo Sony Music Entertainment subió el precio de su disco The Ultimate Collection en el Reino Unido desde las 4,99 libras que costaba inicialmente a 7,99 libras. Un aumento del 62,5%.
Pero ya se sabe, luego los piratas, los que se lucran del trabajo de los artistas, los que no respetan su obra, los que están acabando con la música y los que van contra la cultura somos los internautas. Es lo que hay.