Con apenas 1,57 metros de altura, Prince ha sido paradójicamente uno de los mayores gigantes que ha dado el mundo de la música en los últimos 35 años. Compositor e intéprete de canciones que han marcado a varias generaciones como Raspberry beret, Purple rain, When doves cry, Kiss, 1999, Nothing compares 2 U, Little red corvette, Sign ‘o’ the times, Alphabet St, Diamond and pearls, The most beautiful girl in the world, Let’s go crazy o Cream, sus gustos extravagantes y polémicas declaraciones rara vez han dejado indiferente a nadie.
Puede dar buena fe de ello Warner Music, con quien mantuvo una agria disputa que se prolongó durante años debido a que, en su opinión, coartaban su libertad artística, y que al final acabó como el rosario de la aurora, con el genio de Minneápolis sacando discos a destajo a mediados de los ’90 para liberarse del contrato que lo ligaba con la discográfica y con los directivos de ésta última poniendo trabas a la distribución y comercialización de sus trabajos a modo de venganza.
Pero si durante una década los sellos musicales fueron el objetivo preferencial de las críticas de Prince, ahora ese lugar lo ha pasado a ocupar la piratería online. Sin ir más lejos, en una de las entrevistas que ha concedido en los últimos días para promocionar su tour de conciertos europeos, se ha lamentado de que actualmente sólo las telecos, Apple y Google ganan dinero con la distribución de contenidos musicales que se da en Internet.
En ese sentido, ha criticado a los internautas comparando las descargas de canciones con asaltar, robar e intimidar a una persona en su propio automóvil, y ha señalado que mientras no se ponga freno al estado actual de las cosas, no tiene intención de sacar un nuevo álbum a pesar de que -eso dice- tiene cientos de temas compuestos.
En fin… que como veis, más de lo mismo. Otro artista soliviantado porque millones de personas en el mundo comparten canciones sin ánimo de lucro a través de Internet. En esta ocasión, empero, existe una sutil diferencia: quien expresa su opinión no es un Ramoncín cualquiera, ni un triunfito, ni el último producto de márqueting que las discográficas han lanzado para forrarse a costa de las quinceañeras, sino uno de los, desde mi humilde punto de vista, grandes genios musicales del siglo XX.