A principios del año 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, los mandos del ejército estadounidense comenzaron a plantearse la posibilidad de desplegar tropas en territorio enemigo de manera rápida y efectiva mediante unidades de paracaidistas.
El problema era que en aquellos tiempos sus soldados no disponían de los conocimientos requeridos para realizar saltos de tal envergadura, por lo que escogieron una sección compuesta por 50 miembros y los sometieron a un plan de entrenamiento específico en Fort Benning, una instalación militar situada en la ciudad de Columbus.
Tras pasarse buena parte del verano llevando a cabo agotadoras sesiones de prácticas, los oficiales determinaron que los chicos ya estaban preparados y era el momento de que realizaran un salto conjunto similar a los que llegado el caso deberían hacer en Europa para combatir a los nazis.
Estaban en pleno mes de agosto y, para calmar los nervios, la noche anterior los soldados acudieron a un cine cercano con aire acondicionado en el que la casualidad quiso que pasaran la película Gerónimo, cuya trama giraba en torno a la vida del jefe de la tribu de los Apache del mismo nombre.
Una vez finalizado el pase, y ya de camino al cuartel, fue inevitable que uno de los temas de conversación fuera el ejercicio que deberían realizar al día siguiente. Ante las dudas y temores de la mayoría, un soldado raso llamado Aubrey Eberhardt tomó la palabra y, probablemente envalentonado por las cervezas que había tomado, aseguró que para él se trataba de un salto más que no difería lo más mínimo de los que había venido realizando las semanas anteriores en los entrenamientos.
En un tono jocoso, sus compañeros le replicaron que no creían una palabra de lo que decía y que llegado el momento sentiría tanto miedo que no se acordaría ni de su propio nombre. Herido en su orgullo, Eberhardt respondió lo siguiente:
-«¡De acuerdo, maldita sea! ¡Os voy a decir lo que voy a hacer! Para probar que no estoy cagado de miedo, voy a gritar ‘¡Gerónimo!’ jodidamente fuerte cuando mañana salga por esa puerta (refiriéndose a la del avión).»
Al día siguiente, y para sorpresa de muchos, mantuvo su promesa y cuando le llegó el turno para tirarse en paracaídas gritó bien fuerte ‘¡Gerónimo!’ de manera que todos le oyeron. Su osadía creó escuela y, rápidamente, el resto de miembros de la sección adoptaron ese grito de guerra cuando realizaban un salto.
La moda se extendió como la pólvora entre las sucesivas promociones que fueron saliendo y, un año más tarde, el primer oficial del 501º División de las Fuerzas Aerotransportadas, convirtió el término ‘Gerónimo’ en el lema oficial de las unidades de paracaidistas tras solicitar permiso a los descendientes del famoso líder tribal y obtener su visto bueno.