A principios de los ’90 leía con fruición las reseñas de los videojuegos de Mega Drive y Super Nintendo que se publicaban en revistas como Hobby Consolas o Super Juegos. Sus gráficos eran a mis ojos un prodigio técnico, sus personajes casi de carne y hueso y los entornos en los que transcurría la acción una representación de paisajes reales difícilmente mejorable.
Años, muchos años después, cuando merced a los emuladores para PC tuve la oportunidad de revivir clásicos como The Legend of Zelda: A Link to the Past, Super Metroid, Olympic Gold, Super Mario Kart, James Pond 2, Street Fighter II, Sonic y tantos otros títulos que marcaron una época comprobé, con cierta incrediludad, que la imagen idealizada que me había formado de ellos cuando era un crío no se correspondía con la realidad, y que el paso del tiempo les había pasado una enorme factura a nivel gráfico, que no jugable.
Porque en 1993, cuando me tiraba horas y más horas jugando al Super Mario Kart, la carrera que se disputaba en la playa transcurría en una isla como ésta:
Ecco the Dolphin realizaba cabriolas y exploraba mundos submarinos en parajes idílicos como el de esta fotografía:
Cuando llegaba a una de las fases de bonus de Street Figher II con Ryu, Ken, Honda, Blanka, Guile o Chun-Li, me ponía a destrozar un coche auténtico, como los que circulaban por las carreteras:
Y cuando suicidaba a un Lemming, lo hacía caer por un precipicio como los que aparecían en las películas:
¡Ay, nos hacemos mayores!