La Segunda Guerra Mundial ha sido el conflicto armado más sangriento, el que más bajas ha causado en toda la historia de la humanidad. Más de 60 millones de personas perecieron, la mayoría civiles. El 2% de los habitantes de la Tierra murieron. Pero entre tanta barbarie, hubo quienes fueron capaces de sobreponerse al horror y sacaron lo mejor de sí mismos para salvar la vida de muchos inocentes. Hoy os voy a hablar de uno de estos héroes: Nicholas Winton.
Nicholas Winton nació en Londres el 19 de mayo de 1909. Hijo de inmigrantes alemanes de origen judío, su infancia y adolescencia transcurrieron de manera apacible y tranquila, tal y como correspondía a un joven inglés de familia bienestante de principios de siglo.
En 1931, una vez finalizados sus estudios, entró a trabajar como agente de bolsa en su ciudad natal. Los años fueron pasando y la cómoda vida de Winton siguió su curso sin apenas contratiempos hasta que en diciembre de 1938 todo cambió para él. Por completo además.
En aquellas fechas tenía previsto pasar unos días de vacaciones esquiando en Suiza cuando recibió una llamada telefónica de su amigo Martin Blake en la que éste le pidió que cancelara todos los planes que tuviera para esos días y se dirigiera a Praga. «Tengo una propuesta muy interesante para ti. No te molestes en traer tus esquís», le dijo Blake.
Al llegar a Praga, Blake le preguntó si quería echarle una mano y trabajar temporalmente en los campos de refugiados de la zona, donde miles de seres humanos, muchos de los cuales eran niños de origen hebreo, malvivían en condiciones infrahumanas. La visión del drama que se abría ante sus ojos le marcó profundamente.
Tanto que decidió montar una oficina improvisada en la habitación del hotel en que se hospedaba y comenzó a elaborar un plan para sacar del país a tantos chiquillos judíos como fuera posible para llevarlos a otros estados donde pudieran vivir en paz y tranquilidad, lejos de las garras nazis.
Poco a poco, la comunidad hebrea de la capital checa se hizo eco de la presencia de Winton en la ciudad y del motivo que le impulsaba a seguir allí. De ahí que centenares de familias acudieran a visitarle para tratar de persuadirle de que incluyera a sus hijos en la lista de los niños que iba a intentar salvar.
Desesperados ante el avance de las tropas alemanas, quienes le iban a ver trataban de convencerle de que su situación era la más desesperada de todas, de que su caso era el más urgente. El alud de solicitudes provocó que se viera obligado a abrir una nueva oficina en la calle Vorsilska para poder atender a tanta gente como fuera posible. Su amigo Trevor Chadwick se ocupó personalmente de ese despacho.
En pocos días centenares de familias habían acudido a solicitarle ayuda para salvar a sus hijos y Winton se encontraba ahora desbordado. ¿Cómo conseguiría sacar del país a tantas criaturas? ¿A dónde las llevaría?
Consciente de la magnitud del problema que tenía ante sí, contactó con los embajadores de las naciones que consideraba que podrían hacerse cargo de los chavales, pero sólo el gobierno sueco accedió a ocuparse de un grupo de niños. Por su parte, Gran Bretaña prometió aceptar a los que fueran menores de 18 años sí y sólo sí antes encontraba a familias dispuestas a acogerlos. Unas familias que además deberían comprometerse a abonar por anticipado un depósito de 50 libras por cada niño para pagar su futura vuelta a casa.
Los pocos días que tenía de vacaciones fueron pasando y finalmente Winton no tuvo más remedio que volver a Londres para reincorporarse a su puesto de trabajo. Su regreso, eso sí, no le impidió seguir apuntalando su plan de rescate. Para empezar creó una organización a la que bautizó con el nombre de ‘El Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia, Sección para Niños’, que en un principio sólo contaba como miembros con él mismo, su madre, su secretaria y unos cuantos voluntarios.
Una vez creado el Comité, Winton tuvo que hacer frente a un gran problema, el mayor que tenía por delante para llevar a cabo su proyecto: conseguir la financiación necesaria para pagar los costos del viaje en tren de los niños desde Checoslovaquia hasta el país de acogida y encontrar a personas que aceptaran hacerse cargo de estos chicos y pagar las 50 libras que reclamaba el gobierno.
Con estas premisas sobre la mesa, Winton comenzó a publicar anuncios en los diarios británicos, en las iglesias y en las sinagogas solicitando ayuda. La respuesta de los londinenses fue entusiasta. En unas semanas, centenares de familias aceptaron acoger a los niños y aportaron el dinero necesario como para iniciar los transportes desde Checoslovaquia hasta la capital inglesa.
El primero de ellos se efectuó el 14 de marzo de 1939 en avión. En los siguientes meses se organizaron otros 7 transportes, todos por tren. El último tuvo lugar el 2 de agosto de ese mismo año. Los ferrocarriles tenían como destino la estación de Liverpool Street, en Londres, donde esperaban las familias de acogida que, una a una, se iban haciendo cargo de todos los chicos que llegaban.
El octavo tren tenía que salir de Praga el 1 de septiembre de 1939 y en él iban a viajar otros 250 niños, pero ese mismo día Alemania invadió Polonia y cerró sus fronteras. El transporte, literalmente, desapareció. Ninguno de los menores volvió a ser visto nunca más. Fueron 250 víctimas que se sumaron a los más de 15.000 niños que perecieron asesinados en Checoslovaquia durante la 2ª Guerra Mundial.
En total Winton rescató a 669 niños judíos. Una hazaña que hubiera merecido múltiples condecoraciones y actos de homenaje pero que quedó en el olvido durante 50 largos años ya que nuestro protagonista prefirió mantener en secreto lo sucedido.
No fue hasta 1988 cuando Greta, su mujer, encontró un viejo maletín de cuero escondido en el desván de su casa y, rebuscando entre los papeles que contenía, se topó con las fotos de 669 niños, una lista con el nombre de todos ellos y algunas cartas de sus padres. Tal descubrimiento provocó que Winton no tuviera más remedio que explicarle a su esposa lo que había acontecido décadas atrás.
Sorprendida por la historia que le acababa de explicar su marido, Greta se puso en contacto con Elisabeth Maxwell, una historiadora especializada en el Holocausto nazi y mujer del magnate de la comunicación Robert Maxwell, propietario de periódicos como el Daily Mirror y el Sunday Mirror.
Maxwell, cuyas raíces eran checas, quedó tan impresionado por la gesta de Winton que decidió publicar la historia en sus diarios. Poco después, la BBC se hizo eco de los sucesos que habían acaecido medio siglo antes y los acontecimientos se precipitaron. En unos días pasó de ser un personaje anónimo a convertirse en un héroe nacional, tanto en su país como en la antigua Checoslovaquia.
Tanto es así que en 1993 la Reina Isabel II le nombró Miembro del Imperio Británico; años más tarde, el 31 de diciembre del 2002, lo condecoró con el título de Caballero por sus servicios a la Humanidad; también ostenta el título de Liberador de la Ciudad de Praga y la Orden de T. G. Marsaryk, que recibió de manos de Vaclav Havel el 28 de octubre de 1998; el 9 de octubre del 2007 recibió la máxima condecoración militar checa, La Cruz de la 1ª Clase, en una ceremonia en la que el embajador checo mostró su apoyo público a una iniciativa impulsada por estudiantes del país que contaba ya con más de 32.000 firmas y en la que se solicitaba que le otorgaran el Premio Nóbel de la Paz.
La historia de Nicholas Winton ha servido de inspiración para la realización de dos filmes: All my loved ones, dirigida por el realizador checo Matej Minác, y Nicholas Winton: The Power of Good, un documental que ganó un Emmy en el año 2002.