A principios de 1939, una niña de sólo 5 años llamada Lina Medina se convirtió en el tema de conversación preferido de los habitantes del pequeño pueblo de Antacancha, situado a 450 kilómetros al este de Lima (Perú), después que familiares y vecinos comprobaran atónitos cómo su barriguita se había hinchado en los últimos meses hasta un punto que nunca antes habían visto en una chiquita de su edad.
Para tratar de hallar una cura al mal que afectaba a Lina y, de paso, poner coto a las habladurías malevolentes de algunos aldeanos, que decían que tenía dentro una culebra y culpaban de ello a un espíritu de los Andes, Tiburcio Medina -su padre- recurrió a los chamanes de la zona, que de inmediato empezaron a practicar los ritos incas que les habían transmitido sus antepasados en busca de una solución.
No la encontraron. Las semanas pasaron y la barriga, lejos de disminuir de tamaño, siguió creciendo. Desesperado, Tiburcio la llevó consigo hasta Pisco, la ciudad más cercana, donde confiaba en encontrar a algún médico que los ayudara.
Al poco de llegar, conocieron a Gerardo Lozada, un ginecólogo que se hizo cargo del caso y que, en un primer momento, pensó que se trataba de un tumor no canceroso que se había desarrollado en la pared uterina. Su sorpresa fue mayúscula cuando, tras realizarle unas pruebas, descubrió que lo que le pasaba a la niña era que estaba embarazada de 7 meses y medio.
Tras repetir los análisis y cerciorarse de que, efectivamente, Lina iba a dar a luz, avisó a la policía para que investigaran quién la había violado. En un principio se llevaron preso al padre, pero unos días más tarde lo pusieron en libertad al no encontrar datos incriminatorios suficientes. Poco después, las sospechas recayeron en uno de sus hermanos mayores, que padecía problemas mentales, pero tampoco consiguieron demostrar su culpabilidad.
Mientras tanto, el embarazo de Lina siguió su curso. El 14 de mayo de 1939, con sólo 5 años, 7 meses y 21 días, dio a luz por cesárea a un bebé de 2,7 Kg que nació en perfectas condiciones y al que pusieron por nombre Gerardo, en homenaje al doctor que los había cuidado.
Lina Medina y su hijo con 11 meses
Lozada decidió entonces enviar a un ayudante a Antacancha para que recabara entre sus habitantes toda la información posible acerca de la niña-madre y sus costumbres. Fue así como descubrieron que a los 2 años y 8 meses comenzó a menstruar y a desarrollar vello púbico y pechos. Asimismo, la biopsia realizada a uno de los ovarios durante el parto permitió descubrir que la pubertad tan precoz se debía a un desorden hormonal originado en la glándula pituitaria.
El pequeño Gerardo creció pensando que Lina era su hermana. No fue hasta que cumplió los 10 años cuando le fue revelada la verdad. Por su parte, Lina se casó a los 33 años y en 1972, a los 39, tuvo su segundo hijo.
71 años después de este suceso, Lina Medina sigue siendo la niña más joven que jamás ha dado a luz de la que se tenga constancia documentada. En la actualidad, vive en un asentamiento de barracas en Chicago Chico (Lima) junto a su marido. A pesar de las propuestas que ha recibido, nunca ha querido aparecer ante las cámaras para ganar dinero con su caso y, aun a día de hoy, sigue manteniendo en secreto el nombre del padre.