A 21,2 kilómetros del punto en el que la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 se hundió llevándose consigo la vida de más de 1.517 personas, y a más de 3.800 metros de profundidad, se encuentran los restos del RMS Titanic, el transatlántico más famoso que haya construido jamás el ser humano.
Tras descansar más de 100 años en el gélido lecho marino del Atlántico Norte haciendo frente a una presión de 457 kg/cm2, los enormes motores que un día impulsaron a este coloso de 269 metros de eslora, 28 de manga y 52.310 toneladas todavía permanecen en pie haciendo frente, impertérritos, al paso del tiempo.
El Titanic disponía de dos motores de pistón que generaban una potencia conjunta de 30.000 CV y que se encargaban de hacer funcionar una hélice de 7,2 metros de diámetro cada uno. Asimismo, contaba con una turbina de vapor adicional de 16.000 CV que se ocupaba de la hélice central de 5,2 metros de diámetro.
Las dimensiones de los motores de pistón, que aparecen en la fotografía que encabeza este artículo, eran formidables: medían 19 metros de largo y pesaban 720 toneladas. A estas cifras, ya de por sí extraordinarias, había que sumar las 195 toneladas extra de las plataformas metálicas sobre las que descansaban los propulsores.
La energía para impulsarlos provenía de 29 calderas de 4,8 metros de diámetro, 6,1 metros de longitud y 91,5 toneladas de peso en las que se quemaban más de 600 toneladas de carbón al día, circunstancia que obligaba a que se turnaran continuamente 176 trabajadores para surtirlas de su preciado combustible. En conjunto, el RMS Titanic almacenaba 6.611 toneladas de carbón que desgraciadamente nunca llegó a utilizar debido a su repentino y trágico final.