El 12 de marzo de 1737, mientras trasladaban los restos mortales de Galileo desde la pequeña sala cercana a la capilla de los novicios de la Basílica de la Santa Cruz de Florencia en la que había permanecido enterrado durante 95 años hasta un mauseleo erigido en su honor en el cuerpo principal del edificio, alguien arrancó tres dedos y el único diente que tenía el cadáver, ya fuera para venderlos al mejor postor o para guardarlos como reliquias ante la creencia de que poseían poderes sagrados.
Tiempo después, el diente y dos de los dedos fueron descubiertos en una urna de cristal convenientemente sellada en la que permanecieron hasta, al menos, 1905, cuando se les perdió la pista. A finales del año 2009, más de un siglo más tarde, un coleccionista particular los compró en una subasta y, ante la sospecha de que podía tratarse de los restos del genio italiano, entregó su preciado hallazgo al Museo Galileo de Florencia para que emprendieran un estudio que permitiera comprobar su procedencia.
Las pruebas que se llevaron a cabo demostraron la autenticidad de la urna y de su contenido hasta el punto de que en junio del 2010, una vez acabaron las obras de remodelación del museo, pasaron a formar parte de su colección permanente y están expuestos al público junto al tercer dedo que en 1737 se arrancó de la mano interte de Galileo y que se recuperó en 1927.