El colosal despliegue técnico de Avatar, la fama que precedía a James Cameron como uno de los mejores directores de los últimos 25 años y la estudiada campaña publicitaria que la 20th Century Fox puso en marcha meses antes de su estreno mundial asegurando que los espectadores que acudiéramos a los cines contemplaríamos un espectáculo visual nunca antes visto hicieron de esta película un éxito de taquilla absoluto, con una recaudación estimada de más de 2.700 millones de dólares, la mayor alcanzada jamás. Pero contrariamente a lo que más de uno podría pensar, el cine en 3D lleva con nosotros desde hace mucho, mucho tiempo, aunque desde luego no en la forma en que lo conocemos hoy en día.
Las primeras pruebas con imágenes de anaglifo, capaces de provocar un efecto tridimensional, datan nada más y nada menos que del 10 de junio de 1915, cuando Edwin Porter y William Waddell proyectaron en el Astor Theater de Nueva York una serie de secuencias que habían grabado a la actriz Marie Doro, a unas bailarinas orientales e incluso en las cataratas del Niágara que creaban una tosca sensación de profundidad en los asistentes.
Hubo que esperar hasta el 27 de septiembre de 1922 para la primera proyección de pago en 3 dimensiones: The Power of Love. Rodada por Harry Fairall y Robert Elder, la película se estrenó en el Hotel Ambassador de Los Ángeles y fue la primera en que se proporcionó al público gafas especiales para que apreciaran los efectos conseguidos. Se desconoce si se hizo uso de imágenes coloreadas o de algún tipo de filtro, ya que desgraciadamente la cinta se perdió para siempre después que ningún exhibidor se interesara por la misma.
En los siguientes años, William Van Doren Kelley, Laures Hammond, Frederic Eugene Ives o Jacob Leventhal fueron algunos de los ingenieros e inventores que creyeron en las posibilidades de esta tecnología y crearon sus propios sistemas para conseguir imágenes esteroscópicas. Para su desgracia, la falta de calidad de los efectos conseguidos y la llegada de la Gran Depresión, por no hablar de los frecuentes dolores de cabeza que las proyecciones creaban en los espectadores, sumieron al 3D en el olvido para el gran público durante un largo periodo de tiempo.
Hubo que esperar hasta 1952 para que se viviera un breve resurgimiento del 3D con el estreno de Bwana Devil, la primera película estereoscópica en color, que estaba protagonizada por Robert Stack, Barbara Britton y Nigel Bruce. La buena acogida que obtuvo propició que durante los 2 años siguientes estudios de la talla de Disney, Universal o Columbia se sumaran a la fiesta 3D con largometrajes como Stereo Techniques, Now is the Time (to Put On Your Glasses), Around is Around, A Solid Explanation, Royal River o The Black Swan.
Fue un boom temporal que llegó a su fin en la primavera de 1954 por las dificultades técnicas que entrañaban las proyecciones, la fatiga visual que generaban en el público y el hecho de que desde las butacas que no estaban alineadas justo en frente de la pantalla no se apreciaran los efectos tridimensionales.
No fue hasta mediados de los años ’80, con la aparición de los cines IMAX, que el 3D volvió a escena, aunque siempre relegado a un papel minoritario. Una situación que cambió por completo el año pasado con el estreno de Avatar, una película que ha marcado un antes y un después en la industria y que ha servido de rampa de lanzamiento para otros films que han aprovechado su fama para conseguir recaudaciones fabulosas a base de anunciarse como productos en 3 dimensiones.