Contrariamente a lo que nos tratan de vender las discográficas, el negocio de la música va viento en popa y a toda vela. Así lo atestigua el prestigioso informe que, como todos los años, ha presentado la agencia NPD para analizar la salud del sector y en el que se pone de manifiesto que las ventas globales aumentaron en el 2008 un 10% respecto a las registradas durante el año anterior.
Eso sí, la distribución de CDs ha vuelto a bajar por enésimo ejercicio. Y de manera muy significativa, además. Tanto que 17 millones de personas que en el 2007 habían adquirido al menos un disco compacto dejaron de hacerlo el año pasado. Los adolescentes y las personas de más de 50 años fueron las que en mayor medida abandonaron este formato.
Los tiempos cambian y cada vez son más quienes optan por comprar música a través de Internet. Las ventajas son múltiples, comenzando porque se pueden conseguir canciones sueltas a precios muy atractivos o porque algunos álbumes son más baratos en las tiendas online que en las físicas.
El año pasado 36 millones de personas compraron música a través de la Red, 8 millones más que en el 2007, y entre todos adquirieron 1.500 millones de temas. Asimismo, los servicios que ofrecen música en streaming, como Pandora, Last.fm o el más reciente Spotify multiplicaron las cifras de seguimiento alcanzadas 12 meses antes.
Con estos datos encima de la mesa, no cabe duda de que el negocio musical será online o no será. Sólo falta que las discográficas, esos dinosaurios que mayoritariamente rehúsan evolucionar, se den cuenta. Y algunos políticos con un profundo desconocimiento del mundo digital y demasiado poder, claro. Sirva como ejemplo que iTunes es ya la mayor tienda de música en Estados Unidos, después de sobrepasar en cifras de ventas al hasta hace poco intocable Walmart.
En el caso de España, el modelo que durante tantos años se ha mantenido vigente, fundamentado en el derecho de copia privada que nos permite descargar canciones para uso privado a cambio de compensar a los autores con el pago de un canon, me da la sensación de que tiene los días contados. Y no me parece mal, todo sea dicho. Eso sí, con matices.
Dada la situación a la que hemos llegado, podría aceptar que desapareciera el derecho de copia privada. Claro está, junto al canon. Y arbitrando las medidas oportunas para evitar que la industria del disco tenga la tentación de saltarse los derechos individuales de los ciudadanos para iniciar su tantas veces soñada caza de brujas con la que buscarían «concienciar» a la población de las consecuencias que acarrea ir en contra de sus postulados.
Claro que, y puede que hoy esté especialmente pesimista en este asunto, me da en la nariz que al final el gobierno va a pactar con la SGAE una modificación de la ley de propiedad intelectual que hará desaparecer el derecho de copia privada, no eliminará el canon y además allanará el camino para que las discográficas y las entidades de autor se conviertan en sheriffs todopoderosos capacitados para cerrar o vetar el acceso a páginas que supuestamente permitan la descarga gratuita de canciones. Espero equivocarme.