John Riccitiello ha presentado su dimisión como CEO de Unity unas semanas después de la debacle que causó entre la comunidad de desarrolladores de videojuegos. Una polémica que se originó cuando modificó al alza, y de manera retroactiva, los términos de uso de este motor gráfico y estableció que los estudios deberían pagar 0,20 euros cada vez que alguien instalase sus juegos.
Su renuncia no es sólo al cargo de CEO, sino que también va a abandonar sus responsabilidades como presidente del consejo de administración de la compañía. No ha trascendido si su decisión ha sido voluntaria o si los máximos accionistas lo han forzado a dar un paso atrás tras el desastre que provocó.
James Whitehurst, un ejecutivo que ha ocupado cargos de responsabilidad en IBM y Red Hat, va a ocupar de manera interina el puesto de CEO hasta que se nombre a su sucesor definitivo. Roelof Botha, por su parte, ha sido nombrado nuevo presidente del consejo de administración.
Riccitiello es un ejemplo de libro de ese tipo de personas que, no importa cuán grandes sean sus pifias, siempre acaban cayendo de pie. Sirva de ejemplo su etapa al mando de Electronic Arts, una compañía a la que condujo a las cotas más bajas de prestigio de su historia y que abandonó después del caos absoluto que supuso el lanzamiento de Sim City en marzo de 2013.
Siempre abonado a las polémicas, el año pasado no dudó en calificar de «jodidos idiotas» a los desarrolladores que no priorizan las microtransacciones en sus videojuegos para teléfonos móviles. Una afirmación por la que, días más tarde, se vio obligado a pedir disculpas ante la montaña de críticas que generó.
Su adiós a Unity va a venir acompañado, eso nadie lo duda, de una indemnización millonaria cuya cuantía probablemente nunca se dará a conocer a la opinión pública. Ahora sólo falta por saber el nombre de la afortunada compañía que recurrirá a sus servicios próximamente y tendrá el privilegio de ser guiada por este auténtico visionario de los negocios.