Con la llegada del otoño de 1999, cuatro adolescentes de un instituto de Kansas de entre 14 y 16 años llamadas Elizabeth Cambers, Megan Stewart, Jessica Shelton y Sabrina Coons andaban barruntando la idea de presentar un proyecto para el Día de la Historia Nacional, una competición académica de ámbito nacional en la que anualmente participan más de medio millón de estudiantes de Estados Unidos.
En busca de inspiración, consultaron un ejemplar de la revista U.S. News & World Report de 1994 y, casualmente, hallaron un artículo en el que se glosaba la figura de Irena Sendler, una mujer polaca de la que nunca antes habían oído hablar y que durante la Segunda Guerra Mundial había protagonizado una historia conmovedora que el paso del tiempo y la falta de interés de unos y otros habían condenado al olvido.
Conmovidas por el relato, dedicaron las siguientes semanas a investigar la vida y milagros de la desconocida heroína y, con el material recopilado, prepararon una obra de teatro que titularon Life in a Jar (algo así como La vida en un frasco) que les valió numerosos galardones, entrevistas en programas de televisión y periódicos pero que, por encima de todo, sirvió para sacar a la luz la titánica labor que realizó durante la ocupación nazi de Polonia una joven católica para librar de una muerte segura a miles de niños judíos.
Poco después del estreno de la obra, una menuda anciana de 89 años que desde hacía décadas vivía en un modesto piso de Varsovia en el que llevaba una vida tranquila y apacible, alejada de los focos mediáticos, se encontró para su sorpresa con que periodistas locales e internacionales empezaron a ponerse en contacto con ella, a solicitarle entrevistas, a pedirle información acerca de los acontecimientos que habían acaecido más de 50 años atrás en el Gueto que el ejército nazi había creado en la ciudad y a preguntarle por la motivación que la había llevado a poner en riesgo su propia vida para ofrecer un futuro mejor a miles de pequeños desamparados: era Irena Sendler.
Nacida en 1910 en Varsovia, a los 7 años de edad tuvo que afrontar la muerte de su padre, un reconocido médico de la época, que contrajo el tifus al tratar a diversos pacientes con esta enfermedad, la mayoría judíos, que otros colegas habían rechazado previamente. Tras su deceso, los líderes de la comunidad hebrea acordaron pagarle los estudios en reconocimiento a la labor que había realizado su progenitor y, a partir de ese momento, los lazos de amistad y respecto entre la pequeña cristiana y sus benefactores se estrecharon para nunca más separarse.
Los años pasaron y la vida de Irena transcurrió por los cauces habituales de la época hasta que en septiembre de 1939 un hecho dramático cambió su vida y la de los 28 millones de habitantes que por aquel entonces tenía Polonia: la ocupación del país por parte de los ejércitos nazi y soviético. Una invasión que se alargó hasta 1945 y que causó la muerte de 6 millones de ciudadanos polacos, el 21,4% de la población.
Una tragedia humanitaria de proporciones difícilmente imaginables hoy en día que golpeó con especial dureza a los judíos y gitanos, muchos de los cuales fueron conducidos a los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Belzec, Sobibor, Madjanec y Chelmno, donde murieron en las cámaras de gas, víctimas de las torturas, la pésima alimentación o, sencillamente, del intenso frío invernal.
Semanas después de que los nazis llegaran a Varsovia, Irena se enroló en las filas de la organización clandestina Żegota, que tenía como propósito ayudar a los judíos, y colaboró en la creación de unos 3.000 documentos falsos con los que trataron de tender una mano a las familias de dicha etnia, cuyos integrantes eran considerados como infrahumanos por los soldados nazis. Una decisión que tomó a sabiendas del gran riesgo que tal paso podía representar para su integridad física y la de sus allegados, ya que la asistencia estaba penada con la pena de muerte no sólo para quien fuera descubierto sino también para sus familiares.
Al ser una empleada de los servicios sociales, consiguió que los nazis le concedieran un permiso especial para entrar al Gueto de Varsovia y comprobar periódicamente si había brotes de tifus, una enfermedad contagiosa que los soldados alemanes temían que pudiera llegar a extenderse más allá de sus muros.
Fueron precisamente este pase y la conciencia de saberse en una posición privilegiada para ayudar a miles de inocentes las circunstancias que la impulsaron a ayudar a los desesperados residentes llevándoles comida, medicinas y ropa. Pero tras comprobar aterrorizada cómo el auxilio que les prestaba no era suficiente y miles de personas morían cada mes víctimas de la hambruna y las enfermedades, se armó de valor y comenzó a ocultar a niños en la ambulancia que conducía y a sacarlos de incógnito del Gueto.
Con la ayuda de sus compañeros del Departamento Municipal de Bienestar Social, trazó arriesgados planes como el que les permitió liberar en una ocasión a cientos de niños judíos de una tacada escondiéndolos en ambulancias y tranvías que fueron introduciendo en el Gueto aduciendo que los necesitaban para realizar inspecciones de las condiciones sanitarias de los residente durante un brote de tifus.
Conforme los iban sacando del infierno en que malvivían, dedicaban los siguientes días a llevarlos con familias polacas, a orfanatos y conventos católicos que se prestaban a cuidarlos y a ocultarlos el tiempo que fuera necesario de las garras nazis. Mientras tanto, les creaban nuevas identidades y guardaban listas con los datos de los pequeños en frascos para que no las descubrieron los soldados alemanes y con la idea en mente de volverlos a juntar más adelante, cuando la ocupación acabara, con sus respectivas familias.
Irena continuó con su cruzada hasta que en 1943 fue apresada por la Gestapo, que la torturó y sentenció a muerte. Afortunadamente, la jornada en que debía producirse su ejecución, la Żegota consiguió salvarla tras sobornar a los guardias que se ocupaban de su custodia. Desde ese día, permaneció oculta el resto de la Guerra, aunque continuó con su trabajo en favor de los chiquillos. En total, se calcula que su labor permitió salvar la vida de 2.500 niños judíos que de otra manera habrían perecido en un alto porcentaje entre los muros del Gueto de Varsovia.
Una vez finalizó el conflicto armado, y con la ayuda de sus colegas del Departamento Municipal de Bienestar Social, reunió los registros que habían confeccionado con los nombres y localizaciones de los pequeños que habían salvado y trató de juntarlos de nuevo con sus allegados, una tarea que en la mayoría de los casos no fue posible llevar a buen puerto ya que estos habían fenecido.
En 1965, muchos años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el Yad Vashem, el organismo oficial israelí constituido en memoria de las víctimas del Holocausto, le entregó la medalla que la hacía depositaria del galardón de Justos entre las Naciones en reconocimiento a sus méritos.
Más allá de este premio puntual, su heroico comportamiento durante la Ocupación fue convenientemente silenciado por las autoridades pro-soviéticas de Polonia y su figura pasó completamente desapercibida durante décadas para sus propios conciudadanos… hasta que en 1999 se estrenó la obra de teatro de las jóvenes estudiantes estadounidenses.
De ahí en adelante, sus extraordinarias proezas fueron ampliamente difundidas y, sin pretenderlo, adquirió una notoriedad que nunca antes habría soñado. Fruto de ello, en noviembre del 2001 fue agasajada con la Orden Polonia Restituta, una de las más altas condecoraciones que entrega el país europeo; en octubre del 2003 recibió la Orden del Águila Blanca, la distinción más elevada de Polonia concedida tanto a civiles como a militares; ese mismo año Juan Pablo II le escribió una carta de felicitación.
Como colofón a su trayectoria, en el año 2007 fue nominada al Premio Nobel de la Paz, que finalmente recayó en el multimillonario empresario y ex-vicepresidente de Estados Unidos Al Gore, que ese año estaba de moda tras el rotundo éxito del documental Una verdad incómoda. Poco tiempo después, el 12 de mayo del 2008, Irena murió en Varsovia, la localidad que la había visto nacer 98 años atrás y a la que tanto dio durante toda su vida. Descanse en paz.