En el Pacífico noroccidental, al sureste de las Islas Marianas y cerca de Guam, se extiende una región de 2.550 kilómetros de longitud y una media de 70 kilómetros de anchura en la que se hallan los abismos más profundos de los océanos, con simas que bajan hasta los 11.033 metros bajo el nivel del mar. Me estoy refiriendo, cómo no, a la Fosa de las Marianas.
Un equipo internacional de científicos se ha desplazado hasta sus aguas para demostrar que incluso en una zona con unas condiciones tan extremas la vida se abre paso y existen organismos que son capaces de evolucionar y adaptarse a los retos que la naturaleza les pone en el camino.
Para ello han enviado un pequeño sumergible no tripulado a sus profundidades con el que han recogido muestras de sedimentos del lecho marino que, tras ser analizadas, han mostrado unos níveles de oxígeno que revelan la presencia de un elevado número de microbios resistentes a las presiones de hasta 110.000 kPa que allí se alcanzan.
El doctor Robert Rurnewitsch, uno de los autores del trabajo, ha explicado que, al igual que nosotros, esos microbios también necesitan respirar y que su consumo de oxígeno es una manera indirecta de establecer la actividad que desarrollan las colonias que pueblan esos recónditos parajes.
Su sustento lo encuentran en los restos de plantas y peces que mueren miles de metros más arriba y que acaban cayendo hasta las profundidades abisales, donde las bajas temperaturas de las aguas, entre 1 y 4 ºC, los conservan el tiempo suficiente para que les puedan servir de alimento.
El estudio de las muestras recogidas ha puesto de manifiesto que el consumo de oxígeno de estos minúsculos moradores es el doble de elevado que el que se da en áreas situadas a la mitad de profundidad, lo que ha llevado a los investigadores a sugerir que juegan un papel fundamental en el ciclo del carbono y, por tanto, en la regulación del efecto invernadero y el cambio climático.