En respuesta a la petición online que se puso en marcha hace un par de semanas en la web oficial de la oficina del Primer Ministro británico solicitando al gobierno británico que expresase sus disculpas públicas por la persecución que sufrió Alan Turing en 1952 tras confesarse gay, Gordon Brown ha publicado un artículo en el diario Daily Telegraph en el que ha pedido perdón por el denigrante trato que recibió el padre de la informática moderna y que lo llevó finalmente al suicidio.
Extraigo algunos de las reflexiones que ha escrito Brown:
A pesar de que el Sr. Turing fue juzgado bajo la legislación vigente en esos tiempos y que no podemos hacer que el reloj vaya marcha atrás, el trato que recibió fue completamente injusto y me alegro de tener la oportunidad de decir hasta qué punto lamentamos lo que le pasó. Alan y los miles de homosexuales que fueron encarcelados como él bajo leyes homofóbicas fueron tratados de manera terrible.
Es gracias a hombes y mujeres que estaban comprometidos totalmente en la lucha contra el fascismo, como es el caso de Alan Turing, que los horrores del Holocausto y de la guerra son parte de la historia de Europa y no de su presente. Así pues, en nombre del gobierno británico y de todos aquellos que viven libremente gracias al trabajo de Alan, estoy orgulloso de decir: lo sentimos, merecías algo mucho mejor.
Nacido el 23 de junio de 1912 en Londres, Turing fue un matemático, informático teórico, criptógrafo y filósofo inglés que durante la Segunda Guerra Mundial se dedicó a la ardua tarea de romper los códigos nazis, especialmente los de la máquina Enigma. Su brillante trayectoria se vio truncada cuando en 1952, después de reconocer que era homosexual, fue procesado por «indencencia grave y perversión sexual». Convencido de que no tenía por qué disculparse, no se defendió de los cargos que se le imputaban y fue condenado a prisión.
Se le ofreció la posibilidad de librarse de la cárcel a cambio de someterse a un tratamiento hormonal a base de estrógenos, opción que Turing acabó aceptando. Las inyecciones le dejaron impotente y le produjeron graves alteraciones físicas, como la aparición de pechos, circunstancias que lo condujeron al suicidio en 1954 después de ingerir una manzana envenenada con cianuro.