George R. R. Martin, John Grisham, Jodi Picoult y George Saunders, entre otros, se han unido a la demanda que Authors Guild, el sindicato de escritores más importante de Estados Unidos, ha interpuesto contra OpenAI, la empresa detrás del conocido ChatGPT.
En la denuncia argumentan que OpenAI está utilizando los contenidos de sus libros para entrenar al chatbot sin su consentimiento. Ello supone, indican en su escrito, un robo sistemático y a gran escala que infringe las leyes de derechos de autor.
En un comunicado que han hecho llegar a los medios de comunicación, consideran que los escritores deben poder decidir si quieren que sus obras sean utilizadas para entrenar a los grandes modelos de lenguaje en que se basan estos chatbots. Y, en caso de que den su visto bueno, deben recibir una compensación adecuada. Ninguna de esas condiciones, remarcan, se da en estos momentos.
No es la primera vez que OpenAI es llevada ante la justicia por utilizar sin permiso los contenidos de terceros. De hecho, en lo que llevamos de año ha recibido al menos otras dos denuncias por parte de escritores con alegaciones similares.
La compañía de Silicon Valley ha argumentado en ambos casos que los demandantes, y cito textualmente, «conciben erróneamente el alcance de los derechos de autor y no tienen en cuenta las limitaciones y excepciones (incluido el uso justo) que dejan un espacio adecuado para innovaciones como los modelos de lenguaje que están a la vanguardia de la inteligencia artificial».
En otras palabras, OpenAI considera que puede utilizar de manera acotada material protegido sin que necesite para ello el permiso explícito de sus creadores. Algo que no ven así los querellantes, que creen que se está aprovechando de su trabajo al tiempo que pone en peligro su habilidad para ganarse la vida escribiendo libros.
Los escritores temen que chatbots basados en la inteligencia artificial como ChatGPT sean utilizados para confeccionar obras derivadas que se basen en pasajes de sus libros. Unas historias para las que, en otras circunstancias, se habría contratado a escritores profesionales pero que ahora estas herramientas pueden crear por sí mismas con la información que, sostienen, obtienen ilícitamente de sus textos.
FOTOGRAFÍA: AARON BURDEN