Cuando a finales del siglo XIX Nikola Tesla inventó su famosa bobina y la utilizó para llevar a cabo experimentos relacionados con la iluminación eléctrica, la fosforescencia, la generación de rayos X, la electroterapia o la transmisión de energía eléctrica sin cables poco podía imaginar que más de cien años después alguien iba a configurar dos de estos transformadores resonantes para que interpretaran la pieza musical de Edvard Grieg En la gruta del rey de la montaña