El consenso científico desde hace décadas es que bajo la superficie helada de la luna Europa se esconde un océano de agua salada en estado líquido de unos 100 kilómetros de profundidad en el que se podrían dar las condiciones necesarias para la existencia de vida extraterrestre.
Dicha posibilidad ha convertido a este satélite de Júpiter en uno de los objetos más estudiados del Sistema Solar y haya recibido la visita de hasta siete sondas espaciales desde que se inició la era de la exploración espacial: Pioneer 10, Pioneer 11, Voyager 1, Voyager 2, Galileo, New Horizons y Juno.
Pero, a pesar de ello, nunca se había detectado la presencia de elementos químicos necesarios para la vida. Hasta ahora. Y es que, el satélite espacial James Webb ha identificado dióxido de carbono en una región de su superficie helada.
Los análisis efectuados por los astrónomos de la NASA ponen de manifiesto que es muy improbable que ese carbono proceda de meteoritos que hayan impactado en el pasado contra su superficie debido a que dicho elemento no es estable en la superficie de Europa. Ello sugiere que las moléculas se han depositado en una escala temporal geológicamente reciente y que tienen su origen en el océano líquido.
La información captada por el espectrómetro del infrarrojo cercano NIRSpec que equipa el James Webb apunta a que el dióxido de carbono es especialmente abundante en una región llamada Tara Regio, en la que previamente se habían localizado restos de sal. El equipo científico que ha realizado este descubrimiento cree que ambos componentes proceden del océano interno.
Está previsto que la NASA lance la sonda espacial Europa Clipper en octubre del año que viene. Tal y como su nombre deja entrever, su objetivo será analizar la superficie de este satélite cuando alcance su órbita en 2030, confirmar la existencia y la naturaleza del agua líquida que se halla bajo su capa de hielo y examinar sus características geológicas.
Otra de sus prioridades será analizar la presencia de compuestos químicos esenciales como el carbono y establecer sus concentraciones. Unos datos que complementarán los obtenidos esta semana por el telescopio James Webb y que contribuirán a que sepamos con mayor precisión si esta luna podría albergar vida.