Aunque habrá que esperar, al menos, hasta finales de año antes de que se inicie la comercialización a gran escala de las Google Glass, lo revolucionario de su concepto y el amplio abanico de posibilidades que ofrecen a los pocos afortunados que están teniendo la oportunidad de probar las contadas unidades que la empresa californiana ha repartido está provocando situaciones verdaderamente surrealistas.
En el mes de octubre del año pasado, por ejemplo, una persona que llevaba las Google Glass mientras conducía fue multada por un policía que consideró que podían limitar sus habilidades al volante al mostrar contenidos multimedia sobre los cristales de las gafas. El caso acabó en los tribunales, donde a principios de año fue desestimado por el juez de turno debido a que no se pudo demostrar que el dispostivo estuviese encendido cuando el agente ordenó parar al coche.
Si este suceso ya fue llamativo, aún lo ha sido más el que ha vivido un espectador que ha acudido a unas salas de cine a ver una película con las Google Glass. Hace un par de meses sustituyó las lentes que traían de fábrica por otras graduadas para corregir sus problemas de visión, así que naturalmente las llevaba puestas.
Cuando había transcurrido aproximadamente una hora desde el comienzo del film, un hombre se le acercó y, tras mostrarle una placa identificativa, le quitó bruscamente las gafas y le espetó que lo acompañara afuera de inmediato. Para su sorpresa, a la salida del recinto lo esperaba un grupo de agentes del FBI acompañados de guardias de seguridad del cine que le espetaron que lo habían pillado grabando ilegamente la película con sus gafas.
Aunque trató de explicarles que, al entrar a la sala, las había desconectado y que si las había seguido llevando puestas era porque eran graduadas, se negaron a escucharle y a devolvérselas. Es más, minutos después le quitaron también el smartphone que llevaba en el bolsillo y lo acompañaron hasta una sala mientras que a su mujer, que lo había acompañado al cine, la introdujeron en otra habitación.
Lo que siguió fue un interrogatorio en el que, de manera vehemente, le solicitaron que les facilitara información acerca de dónde vivía, en qué empresa trabajaba, qué sueldo tenía o cuántos equipos informáticos tenía en casa y, una y otra vez, le requieron que les confesara el motivo que lo había impulsado a grabar la película a escondidas.
A pesar de que nuestro desafortunado protagonista les insistió que conectaran las Google Glass a un ordenador y comprobaran que en su memoria sólo había fotografías familiares, continuaron adelante con el cuestionario. De hecho, el proceso siguió su curso hasta que, una hora más tarde, uno de los agentes tuvo la idea feliz de seguir su requerimiento e inspeccionó los contenidos que había almacenados en las gafas.
Una vez lo hizo, advirtió que, efectivamente, sólo había fotos familiares del hombre al que retenían junto a su mujer y su perro. Acto seguido, y tras comprender el monumental error que habían cometido, un representante de las salas de cine se personó en la sala, le explicó que anteriormente se habían encontrado con personas que grababan ilegalmente películas y que estaban intentado de poner fin a esta circunstancia. A modo de disculpa, le ofreció cuatro entradas gratuitas para ver las películas que quisiera y desapareció de la misma forma que había llegado.
Es, como puedes ver, uno de esos casos que, de tan absurdos que son, cuestan de creer. Y es que, como tantas otras veces, la realidad supera a la ficción