El 26 de octubre de 1960, el Comité Central del Partido Comunista de la URSS ordenó que se publicara en los periódicos del país un escueto comunicado en el que se informaba que el Mariscal en Jefe de Artillería Mitrofan Nedelin había perecido en un accidente aéreo. No se dieron más detalles. No fue hasta 29 años después cuando se supo la verdad. Esto es, que el militar soviético había muerto en la mayor catástrofe relacionada con la explosión de un cohete jamás acaecida: el desastre Nedelin.
Por aquél entonces, Nikita Khruschov, máximo dirigente de la URSS entre 1953 y 1964, esperaba ansioso la finalización de un proyecto que se había llevado con el máximo secreto posible y que estaba llamado a aumentar aún más si cabe el potencial militar de la Unión Soviética en unos años en que la Guerra Fría estaba en su máximo apogeo.
En aquellos tiempos, los misiles con capacidad para llevar bombas nucleares debían ser cebados durante 3 ó 4 horas justo antes de su lanzamiento, por lo que en un hipotético escenario de guerra el plazo de respuesta ante los ataques del enemigo no habría sido inmediato.
Ese escenario, creía Khruschov, iba a pasar a mejor vida una vez se finalizara el desarrollo del nuevo juguete que había diseñado el científico Mikhail Yangel: el cohete R-16, un artefacto revolucionario que, se suponía, se podría cebar con meses de antelación y tenerlo así siempre a punto en caso de necesidad.
La gestión del proyecto fue encargada a Mitrofan Ivanovich Nedelin, quien con la ayuda del propio Yangel trabajaron sin cesar día y noche para tenerlo listo el 7 de noviembre de 1960, día en que se iba a celebrar el aniversario de la Revolución Bolchevique.
El 23 octubre pusieron en la rampa de lanzamiento del Cosmódromo de Baikonur un prototipo del R-16 sobre el que un equipo formado por unas 200 personas comenzó a realizar las últimas modificaciones previas al lanzamiento, previsto para 3 días más tarde.
El combustible que iba a utilizar el R-16 contaba con una mezcla de ácido nítrico e hidracina. Estos compuestos tenían la ventaja de que eran almacenables a temperatura ambiente y producían ignición en cuanto entraban en contacto con el carburante. Por contra eran extremadamente tóxicos y corrosivos. Tanto que con el tiempo se les ha conocido como el Veneno del Diablo.
Desgraciadamente, el peligro que suponían para la salud de los trabajadores que se encontraban en Baikonur nunca fue la máxima preocupación de Nedelin. En su mente, la prioridad número 1 era satisfacer al aparato del Partido Comunista, con Khruschov a la cabeza, y efectuar el lanzamiento del prototipo el 26 de octubre fuera como fuera.
Conforme pasaban las horas y se acercaba el día D, decenas de problemas se acumularon. El más grave fue una fuga de ácido nítrico que se había detectado en la base del cohete y que, no pudiendo ser reparada convenientemente, debería haber conducido a la cancelación temporal del lanzamiento y a la evacuación del personal que allí se encontraba.
No fue eso lo que decidió Nedelin. Es más, envió a más técnicos a la base del R-16 para que sellaran las pérdidas. Pero algo falló. De repente, el cohete explotó, matando en el acto a todo aquél que se encontraba a su alrededor. La deflagración hizo que la parte superior del misil se viniera abajo y derramara aún más combustible, multiplicando aún más si cabe la virulencia de las llamas.
En el accidente perecieron ingenieros, técnicos, personal militar y el propio Nedelin. Los informes oficiales de la URSS hablan de 90 bajas, aunque algunas estimaciones elevan el número hasta las 200. Las cifras comúnmente aceptadas son de unas 120 muertes.Las imágenes de decenas de personas huyendo de la explosión, algunas en llamas, son estremecedoras: