El 1 de octubre entraron en vigor en Japón unos cambios legislativos que castigan con extrema severidad las descargas de contenidos sujetos a derechos de autor como música, películas o series de televisión y que pueden suponer para los infractores penas de hasta dos años de prisión.
La reforma legal ha tenido como mayor valedora a la industria discográfica nipona, la segunda mayor del mundo por volumen de ventas, que durante años se ha venido quejando de que la piratería mermaba las ventas de sus artistas, inflingía pérdidas millonarias a sus cuentas de resultados y costaba puestos de trabajo en un sector que mueve miles de millones al año.
Si ahora mismo tienes la sensación de haber leído estos argumentos con anterioridad es debido a que la práctica totalidad de las entidades gestoras de los derechos de autor y sellos musicales del mundo mundial parecen hacer uso del mismo manual de razonamientos/excusas/pretextos para atacar a los internautas y defender su modelo de negocio.
El caso es que, según las disqueras, una vez los habituales de los programas P2P vieran que podían pasarse una temporada en la cárcel por bajarse canciones abandonarían esa perversa e insana costumbre y, por algún misterio insondable que sólo ellas conocían, empezarían a comprar esa misma música en comercios o tiendas online.
El problema es que, a la vista de los datos, sus profecías no se están cumpliendo. De hecho, está sucediendo lo contrario, puesto que según una encuesta realizada por Livedoor News en Japón la venta de música está bajando a un ritmo acelerado y, lo que es peor, los consumidores muestran menos interés que nunca en los nuevos discos que salen al mercado.
De acuerdo al estudio llevado a cabo por esta empresa, el 68% de los encuestados confiesa no haber gastado ni un sólo yen en música a lo largo del último mes, el porcentaje más elevado que se ha dado en el país asiático en relación a este capítulo en casi 10 años.
A la vista de estos resultados, será interesante comprobar cuál es la reacción de las discográficas japonesas. ¿Bajarán los precios de los discos? ¿Sacarán mejores canciones? ¿Promocionarán a grupos menos comerciales? ¿Apostarán por la distribución digital de su extensísimo catálogo y no confiarán su suerte casi en exclusiva, como hasta ahora, al formato CD? ¿O por contra continuarán como siempre y optarán simplemente por culpar a la pérfida Internet de sus males presentes y futuros?
He de confesar que como futurólogo no valgo un céntimo, pero repasando las reacciones que históricamente han tenido este tipo de empresas en lo que llevamos de siglo XXI, si tuviera que apostar por una opción me decantaría por esta última