Desde finales de octubre del año pasado la Cámara de Representantes y el Senado estadounidenses están perfilando los detalles de la Stop Online Piracy Act (SOPA) y la PROTECT IP Act (PIPA), dos anteproyectos de ley impulsados por la industria del entretenimiento que en caso de aprobarse dotarían a las discográficas y los estudios de cine de nuevas armas para combatir las descargas y que, si todavía no han entrado en vigor, ha sido únicamente por el enorme rechazo que han generado entre la comunidad internauta y las pocas ganas que algunos políticos norteamericanos tienen de suicidarse electoralmente.
Es en cualquier caso una normativa que ha contado con el respaldo nada disimulado de nombres importantes tanto en el partido demócrata como en el republicano, que vienen acusando desde hace años a los internautas, como también sucede por aquí, de ser unos delincuentes, unos piratas y de provocar con sus acciones la pérdida de miles de puestos de trabajo.
Dadas las manifestaciones que estos señores, supuestos representantes de la soberanía popular, han realizado durante mucho tiempo y el desdén que han mostrado en reiteradas ocasiones hacia todo lo que huela a P2P, parecería lógico pensar que en el día a día tanto ellos como sus empleados predican con el ejemplo y jamás de los jamases han utilizado programas como el uTorrent, el eMule o el Ares para bajarse canciones, películas o series.
Nada más lejos de la realidad. Utilizando la herramienta YouHaveDownloaded, en TorrentFreak han descubierto más de 800 IPs asignadas a la Cámara de Representantes -lo que viene a ser el Congreso en España- desde las que se han descargado y compartido contenidos en BitTorrent, la mayoría de los cuales sujetos a derechos de autor.
Largometrajes, espacios televisivos, sistemas operativos como Windows 7 y libros de todo tipo y pelaje han sido bajados en reiteradas ocasiones desde una institución en la que, en contra de lo que han pregonado en múltiples ocasiones sus máximos dirigentes, se usan las conexiones a Internet de manera muy similar a como lo hacen los ciudadanos de a pie, esos a quienes no tienen reparos a señalar con el dedo cuando les conviene y a quienes acuden pesarosos en busca del voto perdido en cuanto se aproximan unas elecciones.