Los ordenadores actuales son cada día que pasa más potentes, sus microprocesadores más rápidos, las tarjetas gráficas más avanzadas, la memoria RAM más veloz… pero los discos duros, concebidos a partir de una tecnología que tiene más de 20 años a sus espaldas, siguen ahí y suponen un cuello de botella que frena el rendimiento de nuestros equipos.
En estos momentos, la alternativa más seria a los discos duros de toda la vida son los discos de estado sólido o SSD, unos dispositivos que utilizan memoria no volátil en lugar de platos giratorios para almacenar los datos.
Hacen gala de un arranque más rápido, presentan una mayor velocidad de lectura, tienen una baja latencia de lectura y escritura, consumen menos energía, producen menos calor y no hacen ruido al carecer de partes mecánicas.
Por contra, al ser una tecnología relativamente joven, las unidades que se comercializan tienen un precio elevado, a lo que hay que sumar que estos discos tienen un tiempo de vida limitado (entre 100.000 y 300.000 ciclos de lectura/escritura en el caso de los modelos convencionales y entre 1 y 5 millones en las unidades más avanzadas).
En algunos portátiles de la serie Vaio de Sony ya tenemos la posibilidad de escoger entre un disco duro de 200 GB o un SSD de 64 GB, si bien este último encarece el precio final del ordenador en 1.000 euros. El sobrecoste es considerable, más aún teniendo en cuenta que perdemos capacidad de almacenamiento, pero lo que es indudable es que el rendimiento del equipo aumenta considerablemente.
Buena prueba de ello es este vídeo en el que se compara el tiempo que necesitan para arrancar dos portátiles Sony Vaio TZ198, uno equipado con un disco duro y el otro con un SSD de 64 GB: