Los políticos tienen, por lo general, mucho tiempo libre, lo que en ocasiones les lleva a ocupar sus horas de ocio con tareas poco menos que absurdas. Sólo así se entiende que el congreso estadounidense dedicara el día de ayer a debatir el problema que según ellos pueden llegar a suponer las redes P2P para la seguridad nacional.
Los congresistas norteamericanos temen que los funcionarios puedan estar compartiendo a través de estos programas, y sin saberlo, documentación confidencial y secretos de estado que podrían acabar en manos de gobiernos extranjeros, terroristas u organizaciones criminales. En este sentido, se están planteando la posibilidad de impulsar reformas legales que impidan o minimicen este trasvase de información altamente sensible.
Cómo se enfocarán estos posibles cambios es poco menos que imposible de saber a estas alturas, aunque me gustaría pensar que se llevarán a cabo de manera racional y teniendo en cuenta la realidad actual de las cosas. En este sentido, espero que no tengan en cuenta las estupideces que ha proferido Jim Cooper, del partido republicano.
Este señor calificó ayer al director general de Lime Wire como «uno de los directivos más ingenuos» con los que había tratado en su vida, para acusar a continuación a su compañía de haber creado un software que podía poner en peligro al país. No contento con ello, este pintoresco representante político no sintió rubor alguno al afirmar que este programa P2P había convertido a los ordenadores en peligrosas armas contra la seguridad de Estados Unidos. ¡Toma ya!
Lo mejor del caso es que todas estas soflamas catastrofistas y poco menos que apocalípticas vienen provocadas porque Lime Wire no avisaba a sus usuarios de que al instalarlo se compartían los archivos situados en carpetas como «Mis Documentos», en la que en no pocas ocasiones se suele guardar todo tipo de información personal.
Claro que en lugar de formar al personal para que sea consciente de los riesgos que puede llegar a entrañar instalar este tipo de software sin tener los conocimientos adecuados, algunos políticos norteamericanos han preferido lanzar el grito al cielo y proclamar las maldades de la tecnología. Llegados al extremo, ¿no sería más práctico, útil y sencillo prohibir a los funcionarios que tuvieran acceso a información confidencial utilizar este tipo de programas en sus ordenadores en lugar de decir estas tonterías?
Que todo este follón se haya armado por algo tan nimio puede parecer tragicómico, pero es que la realidad a veces lo es. Especialmente cuando se pone al frente de áreas de gran responsabilidad a inútiles sin formación alguna pero que son expertos en lucir con simpar elegancia trajes que les pagamos los demás con nuestros impuestos.