Desde que el año pasado afloraron los primeros rumores que apuntaban en la dirección de que Apple podría estar desarrollando un smartwatch en el que iba a adaptar la potencia y versatilidad de los teléfonos inteligentes en el cuerpo de un reloj convencional, muchos creyeron ver en este tipo de dispositivos la siguiente revolución que se nos venía encima en el terreno de la electrónica de consumo.
Pero lo cierto es que el tiempo ha ido pasando de manera inexorable y, a día de hoy, los únicos smartwatches de nueva generación a la venta son el Pebble y el Samsung Galaxy Gear. Este último, el que había levantado más expectación con diferencia los meses anteriores a su comercialización, ha sido masacrado además en los análisis que se han publicado con motivo de su lanzamiento debido a su escasa funcionalidad, baja autonomía, diseño poco inspirado y ausencia de apps que le otorguen cierto valor añadido.
Una opinión negativa que, a tenor de los datos que están apareciendo poco a poco, comparte una parte significativa de los consumidores que han optado por comprarlo. Y es que, según las estadísticas que maneja Best Buy, una de las mayores multinacionales dedicadas a la venta de productos electrónicos, el 30% de los clientes que adquieren un Samsung Galaxy Gear en algunas de sus tiendas lo acaban devolviendo.
Un ratio de devoluciones elevadísimo que pone de manifiesto una realidad palmaria: puede que en unos años, con un software más adaptado a las particularidades del formato, con mejores pantallas, menor consumo y una mayor integración con los gadgets que utilizamos habitualmente, los smartwatches se conviertan en productos de uso masivo, pero hoy en día no dejan de ser productos de nicho destinados a un público muy concreto al que no le importa lidiar con sus limitaciones a cambio de disponer de lo último en tecnología.