En el Condado de Nye, a sólo 105 km al noroeste de la ciudad de Las Vegas, se halla el Emplazamiento de pruebas de Nevada, una reserva de 3.500 km2 de desierto y terreno montañoso en la que desde 1951 el Departamento de Energía de Estados Unidos ha venido realizando ensayos con armas atómicas de manera periódica.
Se estima que en los más de 60 años transcurridos desde que el 27 de enero de 1951 el ejército norteamericano detonase una bomba nuclear de 1 kilotón, se han llevado a cabo más de 900 tests con armamento atómico en esta zona, 828 de los cuales han sido subterráneos.
El más notable de todos ellos fue posiblemente el conocido como Test Sedan, cuyo propósito era estudiar hasta qué punto era factible utilizar bombas nucleares para remover gigantescas cantidades de roca de manera casi instantánea y facilitar de esta manera la creación de obras civiles tales como canales, minas o puertos. A tal efecto, el 6 de julio de 1962 se hizo explotar una bomba de 104 kilotones a varios metros de profundidad.
La prueba fue un desastre: la deflagración desplazó más de 12 millones de toneladas de tierra, eso es cierto, pero también oscureció el cielo en un radio de 8 kilómetros, generó ondas sísmicas equivalentes a un terremoto de 4,75 grados en la escala Richter y, por encima de todo, generó una lluvia radiactiva que afectó a 8 condados colindantes y expuso a los peligros de la radiación nuclear a más de 13 millones de ciudadanos estadounidenses. Para el recuerdo de curiosos y turistas dejó un cráter de 390 metros de anchura y 98 de profundidad, el mayor que ha provocado jamás una explosión nuclear.
Con el transcurrir de los años, la huella de los cientos de tests nucleares se ha dejado sentir en la fisonomía de esta inhóspita región del medio oeste de Estados Unidos. Tal y como muestra la fotografía superior, decenas y decenas de cráters formados mayoritariamente por el hundimiento del terreno tras el estallido de sucesivas bombas subterráneas se acumulan uno al lado del otro en este paraje de aspecto inquietante, casi marciano.
Pero la estampa postapocalíptica que ofrece es el menor de los problemas para los habitantes que tuvieron la desgracia de crecer en sus cercanías. Según un informe publicado por el New England Journal of Medicine en 1979, las muertes por leucemia entre niños menores de 14 años entre 1959 y 1967 fueron significativamente superiores a la media, especialmente en aquellas zonas que recibieron mayores concentraciones de lluvia radiactiva.
La constatación científica de las consecuencias para la salud pública de las pruebas nucleares realizadas durante décadas llevó a que miles de personas tomaran conciencia de su situación y se organizasen en demandas colectivas para reclamar compensaciones multimillonarias al gobierno estadounidense.
Hasta la fecha han prosperado 16.852 demandas, que han supuesto el pago de 1.797 millones de dólares. Una suma muy significativa que, sin embargo, no podrá devolver la vida a aquellas personas que murieron prematuramente víctimas de enfermedades relacionadas con el exceso de radiación nuclear que recibieron durante años.