La acogida que los consumidores están ofreciendo a Windows 8 está muy lejos de lo que esperaban en Microsoft. Sin ir más lejos, en el balance de resultados correspondiente al primer trimestre del año que la multinacional estadounidense hizo público el viernes pasado se ha puesto de manifiesto que la división de Windows, a pesar del lanzamiento del nuevo sistema operativo, no ha experimentado crecimiento alguno en dicho periodo.
Una mala noticia que ha llevado a la empresa dirigida por Steve Ballmer a negarse a proporcionar cifras concretas acerca de las copias que ha comercializado de Windows 8. Una estrategia que contrasta sobremanera con la que siguió hace 3 años y medio cuando, tras el lanzamiento de Windows 7, no tuvo inconveniente alguno en publicitar las excelentes ventas que estaba registrando su última creación.
En una compañía acostumbrada en los últimos años a ver pasar ante sí las revoluciones y no hacer nada por participar en las mismas, Windows 8 es de manera paradójica un producto verdaderamente innovador. Tanto que quizá haya llegado demasiado pronto, ya que el principal problema al que está teniendo que hacer frente es que no existe todavía el hardware que permita sacar partido a su mayor virtud: la posibilidad de funcionar en sistemas híbridos que puedan ser utilizados como ordenadores convencionales pero también como tablets.
Los chips ARM no tienen la suficiente potencia como para ejecutar aplicaciones que requieren muchos recursos y hasta finales de año no está previsto que Intel ponga a la venta sus primeros procesadores basados en la arquitectura Haswell, que ofrecerán un gran rendimiento con un consumo reducido, algo que hasta la fecha no ha sido capaz de ofrecer.
Pero los males de Windows 8 no hay que buscarlos únicamente en que terceras empresas no hayan sido capaces de diseñar soluciones adaptadas a los nuevos retos que plantea. Microsoft también tiene su buena ración de culpabilidad. De entrada por algo tan básico como no haber sabido explicar a los consumidores las ventajas de su nueva interfaz, pero también por su obstinación en no incluir una opción que permita configurar el sistema operativo para que al iniciarse muestre por defecto el escritorio tradicional en lugar del diseño Metro.
Afortunadamente para los usuarios que venían solicitando estos cambios la empresa de Redmond parece que finalmente ha dado su brazo a torcer y ha filtrado que con Windows 8.1, cuyo lanzamiento está previsto para finales de año, incluirá estas y otras mejoras ampliamente demandadas desde hace tiempo como la inclusión del tradicional botón de Inicio situado en la parte inferior-izquierda de la pantalla.
Reclamado hasta la saciedad por muchísima gente, Microsoft también lo va a implementar en Windows 8.1. Tendrá la forma del nuevo logo azulado de Windows y lo que aún no se sabe a ciencia cierta es si al pulsarlo se desplegará el menú de inicio característico de todas las versiones de Windows hasta ahora o si bien únicamente servirá para acceder al escritorio.
Sea como fuere, estos cambios podrán ser confirmados en 2 meses, cuando está previsto que Microsoft ofrezca una beta de Windows 8.1 a los desarrolladores que participen en el ciclo de conferencias Build que se celebrará en el Moscone Center de San Francisco entre los días 26 y 28 de junio. Hasta entonces, no tendremos más remedio que seguir expectantes a las novedades que se vayan dando a conocer con cuenta de gotas acerca de esta esperadísima actualización para Windows 8.