La mañana del 18 de abril de 1955, Albert Einstein, el científico más famoso del siglo XX y uno de los más destacados de la historia, murió en el Hospital de Princeton a los 76 años de edad. Siete horas y media más tarde, mientras le practicaban la pertinente autopsia, el patólogo Thomas Stoltz Harvey extrajo el cerebro del cuerpo sin vida del genio alemán y lo depositó en un recipiente con formol.
Tras pesarlo, procedió a diseccionarlo en 240 bloques de aproximadamente 1 cm3. A continuación extrajo muestras de tejido de cada uno de estas partes, las colocó en portaobjetos para microscopios y las envió envió a algunos de los neurólogos más afamados de la época para que tuvieran la oportunidad de estudiarlas y, quién sabe, de descubrir el secreto de la inusitada inteligencia de Einstein.
Antes de trocear el cerebro, eso sí, le realizó diversas fotografías. Una docena de éstas han podido ser analizadas ahora por la antropóloga Dean Falk de la Universidad del Estado de Florida en Tallahassee y sus colegas, que han comparado la forma de la masa encefálica de Einstein con la de otros 85 cerebros que anteriormente habían sido objeto de estudio por parte de la comunidad científica.
Algunas de estas fotografías fueron realizadas desde ángulos inusuales y muestran estructuras que no se habían podido observar en otras imágenes que se habían examinado previamente. Lo más llamativo, según Falk, es la complejidad y el patrón de las convoluciones de ciertas partes del córtex cerebral de Einstein, especialmente en el córtex prefrontal, en el lóbulo parietal y en el córtex visual.
Su córtex prefrontal le resultó de especial ayuda para el tipo de pensamiento abstracto que necesitó en sus famosos experimentos sobre la naturaleza del espacio y el tiempo. El complejo e inusual patrón que presentan las convoluciones en esa región del cerebro contribuyeron probablemente a reforzar sus extraordinarias habilidades.
El estudio, que ha sido publicado en la revista científica Brain, incide también en que la región del córtex somatosensorial derecho que controla la funcionalidad de la mano izquierda es mayor que en las personas normales, lo que explicaría la extraordinaria habilidad que Einstein mostraba con el violín.
Sandra Witelson, la neurocientífica de la Universidad McMaster de Hamilton (Canadá) que en 1999 descubrió que su cerebro no disponía de una región cortical llamada opércula, circunstancia ésta que podría haber mejorado las conexiones neuronales de una zona que nos provee de las habilidades matemáticas, ha señalado al respecto que lo mejor de este estudio es que animará a otros científicos a volver a estudiar el cerebro de Einstein y a intentar entender el motivo de su genialidad.
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