El 16 de noviembre de 1959, el piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos Joseph Kittinger ascendió con la ayuda de un globo aerostático a bordo de una góndola abierta hasta 23.300 metros de altitud. Instantes después se lanzó al vacío en el que era el primer ensayo del Proyecto Excelsior que el Laboratorio de Investigación Médica Aeroespacial de la base aérea de Wright-Patterson había puesto en marcha para investigar los saltos extremos a altitudes de decenas de miles de metros.
El salto estuvo a punto de acabar en tragedia cuando el funcionamiento defectuoso del equipo que llevaba consigo propició que entrara en barrena, su cuerpo se volteara a una velocidad de rotación cercana a las 120 rpm y tuviera que hacer frente a fuerzas de 22G. Como consecuencia perdió la consciencia y sólo el accionamiento automático del paracaídas de emergencia le salvó la vida.
A pesar de la mala experiencia, el 11 de diciembre de ese mismo año, apenas tres semanas más tarde, volvió a probar experiencia, esta vez desde 22.800 metros sobre el nivel del mar, y pudo completar su misión sin sustos de última hora. Este ensayo sirvió para sentar las bases del que iba a ser el gran salto, aquel que iba a pervivir en la memoria de los aficionados a este tipo de aventuras durante décadas.
Tras meses de comprobaciones, se decidió que el gran día fuera el 16 de agosto de 1960. Protegido por un traje presurizado, el militar estadounidense subió hasta 31.333 metros de altitud y desde ahí saltó y estuvo cayendo durante 4 minutos y 36 segundos, alcanzando una velocidad máxima de 988 Km/h antes de abrir su paracaídas a 5.500 metros. La hazaña le sirvió para conseguir el récord al ascenso a mayor altitud en globo, el del salto en paracaídas desde más altura, el de mayor velocidad de un ser humano en la atmósfera y el de la caída libre más larga.
A excepción de esta última plusmarca, el resto fueron batidas ayer por el paracaídista austríaco de 43 años Felix Baumgartner, que gracias a la financiación de Red Bull pudo hacer realidad un proyecto en el que venía trabajando desde hacía 5 años y consiguió saltar desde 39.045 metros de altura. En su caída libre, que se prolongó durante 4 minutos y 20 segundos antes de abrir el paracaídas, alcanzó una velocidad de 1.342 kilómetros por hora, circunstancia ésta que lo ha convertido en la primera persona en superar la velocidad del sonido.
El salto ha sido visionado en directo por más de 7 millones de internautas a través de YouTube y por muchos millones más gracias a la señal en directo que han retransmitido decenas de cadenas de televisión de todo el mundo. Tras aterrizar sano y salvo, Baumgartner ha explicado que espera que su aventura sirva para mejorar nuestra comprensión científica de la estratosfera y de cómo reacciona el cuerpo humano ante las condiciones extremas que hay a las puertas del espacio.
Una esperanza que a buen seguro comparte con Kittinger, un loco del aire que arriesgó su vida 9 años antes de que el hombre llegara a la Luna para completar con éxito una proeza más propia de las películas de ciencia ficción que, al igual que la de Baumgartner ahora, pervivirá por generaciones en la memoria colectiva de millones de espectadores.