Con esta rotundidad se ha expresado Kevin Bankston, abogado de la Electronic Frontier Foundation especializado en temas relacionados con la privacidad en Internet, para referirse al enorme poder que está atesorando el buscador. Y puede que no le falte razón.
Fijaros sino. De entrada, Google sabe qué buscamos y cuándo lo hacemos; gracias a sus programas publicitarios puede conocer las páginas que visitamos normalmente y la actividad que realizamos en ellas; si además usamos Chrome podría tener acceso a todas y cada una de las webs que introducimos en la barra de direcciones; más aún, si también tenemos una cuenta de GMail es evidente que guarda nuestros correos en sus servidores; si somos usuarios de Google Latitude puede saber dónde estamos; si utilizamos de Google Maps, podría tener constancia de los lugares a los que nos interesa llegar; con YouTube dispone de una herramienta magnífica para elaborar un historial de los vídeos que vemos; y qué decir de Picasa, el software fotográfico de la compañía que incluye tecnología para el reconocimiento facial de quienes aparecen en las imágenes; es más, si usamos los servicios de Google Books, en teoría también puede saber qué leemos, cuánto tardamos en hacerlo e incluso qué fragmentos nos interesan especialmente.
Google siempre ha dejado muy claro que en ningún caso utiliza la información personal que tiene en su poder para hacer negocio, ni la vende, ni la recolecta sin permiso, ni muestra anuncios basados en estos datos sin que el usuario lo sepa. No hay porqué no creerles. Pero no me negaréis que asusta ponerse a pensar todo lo que, teóricamente, puede llegar a saber esta empresa de nosotros.