La Tsar Bomba, o RDS-220, ha sido la más grande y mortífera arma que se haya detonado jamás. Desarrollada por la Unión Soviética para mostrar al mundo la supuesta superioridad tecnológica rusa en plena Guerra Fría, su enorme peso y tamaño hacía inviable su utilización en un escenario de confrontación armada real.
Eso no impidió que el 30 de octubre de 1961, a bordo de un Tupolev Tu-95 modificado, el ejército ruso lanzara esta bomba de hidrógeno de 3 fases sobre la zona de pruebas militares de Nueva Zembla, un archipiélago situado en el Océano Ártico, y la hiciera detonar cuando se encontraba a unos 4 Km de altitud.
La explosión liberó una energía de 50 megatones, el hongo atómico que se generó alcanzó una altura de 64 Km sobre el nivel del mar, tuvo una anchura de unos 35 Km y fue visible en un radio de 1.000 Km a la redonda. Para que os hagáis una idea de su poder de destrucción, la bomba de Hiroshima, que mató a más de 140.000 personas, produjo una explosión equivalente a 13 kilotones de TNT.
La Tsar Bomba medía 8 metros de largo, 2 metros de ancho y pesaba la nada despreciable cifra de 27.000 Kg. Unos números que hablan por sí solos y que hicieron necesario que se tuviera que diseñar un paracaídas de 800 Kg para frenar la caída de la misma cuando fuera lanzada desde el avión de turno.
Pero si todas estas cifras ya son espectaculares por sí mismas, todavía lo es más que en su fase de diseño inicial estaba previsto que la Tsar Bomba fuera capaz de liberar una energía de 100 megatones. A pesar de que era una meta factible, los responsables del proyecto atómico reconsideraron finalmente su postura por razones científicas y ecológicas.