En 1980, el monte Santa Helena entró en erupción con una energía equivalente a una bomba de Hiroshima cada segundo y expulsó 1,2 Km³ de lava y material piroclástico. En 1815, una explosión mucho mayor, la del volcán Tambora, liberó 160 Km³ y provocó un año sin verano. Son 2 de las erupciones más conocidas de los últimos siglos, pero ni mucho menos las más potentes que ha habido. Ese honor pertenece al supervolcán situado en la Caldera de la Garita, que hace 27 millones de años expulsó 5.000 Km³ de material y cambió el clima de la Tierra.
A diferencia de los volcanes clásicos con forma de cono que todos hemos vistos cientos de veces en documentales, películas y libros, los supervolcanes son estructuras planas de proporciones gigantescas que resultan prácticamente indetectables. Antes de entrar en erupción, la presión va aumentando en la cámara de magma hasta que el techo de la misma acaba por ceder y se rompe, permitiendo de esta manera que la lava salga impulsada a gran velocidad hasta que alcanza la superficie, momento en el que se desintegra y explota con gran violencia.
En las 2 imágenes que tenéis bajo estas líneas podéis apreciar de manera gráfica la forma de un supervolcán en reposo y momentos antes de entrar en erupción, cuando el magma comienza a ascender:
Al salir con gran violencia millones y millones de m³ de magma incandescente, el suelo sobre el que se encuentra el supervolcán se hunde irremisiblemente, formando un enorme cráter que recibe el nombre de caldera. A menudo, estas estructuras son tan grandes que sólo se pueden observar desde el espacio.
En el caso de la Caldera de la Garita, sus proporciones son, sencillamente, colosales. Situada en las Montañas de San Juan, en el corazón de las Montañas Rocosas, los científicos necesitaron más de 30 años para determinar con precisión su tamaño. Y cuando lo hicieron quedaron estupefactos: la formación medía 75 Km de largo por 35 Km de ancho.
El estudio de los sedimentos depositados en la zona ha puesto de manifiesto que los sucesos que tuvieron lugar allí hace 27 millones de años fueron cataclísmicos. Más aún, la comunidad científica coincide en señalar que la magnitud de dichos eventos escapa a la de cualquier otro acontecimiento de origen volcánico ocurrido en la Tierra del que se tenga constancia.
Se estima que la fuerza de la supererupción fue equivalente a la explosión de 1.000 bombas de Hiroshima cada segundo y la nube de ceniza volcánica que se originó a continuación se elevó, probablemente, hasta los 40 ó 50 Km de altura. Mientras tanto, los piroclastos, en conjunción con los gases volcánicos, destruyeron todo rastro de vida en un radio de 100 Km.
La cantidad de material expulsado fue tal que en los alrededores del supervolcán se cree que los restos de ceniza pudieron alcanzar una altura de hasta 60 cm. Unas cenizas que, además, se extendieron en sólo unos días por todo el mundo, cambiando irremisiblemente el clima de la Tierra y provocando extinciones masivas.
Los sedimentos en forma de toba volcánica que se depositaron alcanzaron un volumen de 5.000 Km³, una cantidad mastodóntica con la que se podría rellenar por completo el Lago Erie, que con sus 25.700 Km² de superficie es el 13º lago del mundo por tamaño.
Dicho esto, ¿existe alguna posibilidad de que un acontecimiento de esta magnitud tuviera lugar hoy en día? Bueno, para comenzar habría que matizar que se han hallado supervolcanes en Indonesia, Nueva Zelanda, Sudamérica, Escocia y Estados Unidos, pero la mayoría están extinguidos. La última erupción de estas características se produjo hace 70.000 años en la zona donde ahora se encuentra el Lago Toba. No fue ninguna nimiedad eso sí: hay teorías que establecen que sumió a la Tierra en un invierno volcánico y extinguió al 60% de las poblaciones humanas de la época.
¿Quiere esto decir que estamos a salvo? No exactamente. En el Parque Nacional de Yellowstone hay un supervolcán activo en cuyo interior está aumentando la presión y que, y esto no lo digo por alarmar, ya ha entrado en erupción en 2 ocasiones con anterioridad, hace 2,2 millones de años y 600.000 años. En la primera expulsó 2.500 km³ de material a la atmósfera, mientras que en la segunda hizo lo propio con otros 1.000 km³.
En caso de que sucediera lo peor y volviera a despertar de su letargo, las consecuencias para la vida en la Tierra serían desastrosas. Recientes estudios señalan que las ingentes cantidades de material piroclástico, los gases y las cenizas que arrojaría devastarían por completo el continente americano.
El resto de la humanidad no nos libraríamos de las consecuencias. Tal y como sucediera con el supervolcán de la Caldera de la Garita, las cenizas llegarían a todos los rincones del planeta y contaminarían el agua, arruinirían las cosechas, matarían al ganado e impedirían el tráfico aéreo. A raíz de ello, las hambrunas no tardarían en llegar, especialmente en los países menos desarrollados.
En los seres humanos provocaría malformaciones en los huesos por la liberación de fluorina, un gas tóxico. Es causa directa de una enfermedad conocida como fluorosis ósea, que propicia el crecimiento de deformidades en los huesos y mata a las personas o las desfigura de por vida.
Asimismo, liberaría sulfuro en forma de gotas de ácido sulfúrico o de aerosoles, que serían proyectados a la atmósfera. Al llegar a la estratosfera, ya libre de nubes o lluvia que los pudieran expulsar, se mantendrían allí durante años y años, creando un velo que redireccionaría la luz del Sol lejos de la Tierra y causaría un descenso notable de las temperaturas.
Hace 3 años, la BBC consiguió que el Instituto Max Planck de Hamburgo elaborara una animación que simulara los efectos globales que tendría una supererupción de este tipo para un documental llamado Supervolcán, la verdad acerca de Yellowstone.
De acuerdo a los datos facilitados por este prestigioso centro, 3 semanas después de que se produjera la erupción, los aerosoles formarían una capa sulfurosa alrededor del mundo tan densa que provocaría el enfriamiento global a un nivel nunca visto.
La temperatura caería en picado; en las latitudes altas de Europa y Norteamérica lo haría una media de 12 ºC; en los trópicos bajaría hasta 15 grados. Los monzones del suroeste asiático desaparecerían y con ellos las lluvias y, evidentemente, las cosechas.
Como ya he indicado en un párrafo anterior, cientos de millones de personas morirían en los siguientes meses por falta de alimentos en las regiones menos avanzadas. Pero es que en el resto del mundo la escasez haría acto de aparición poco después y provocaría el caos generalizado.
Así pues, confiemos en que ningún supervolcán decida entrar en erupción en unos añitos. Qué digo, en unos siglos 🙂