La sonda espacial Juno fue lanzada en agosto de 2011 desde Cabo Cañaveral. Tras casi cinco años de viaje espacial, llegó a la órbita de Júpiter en julio de 2016 y, desde entonces, ha estudiado la composición, la magnetosfera y el campo gravitatorio y magnético del gigante gaseoso y de sus satélites naturales.
Esta semana ha centrado su atención en Ío, la tercera luna más grande de Júpiter. Tiene un diámetro de 3.600 kilómetros y, con más de 400 volcanes activos, es considerado como el objeto geológicamente más activo del Sistema Solar:
Las imágenes de Juno muestran sus enormes planicies salpicadas con carenas montañosas. Algunos de los picos alcanzan altitudes mayores que la del Monte Everest. A diferencia de lo que sucede con otros satélites naturales, está formado mayoritariamente por rocas de silicato que rodean a un núcleo de hierro fundido.
Su tonalidad tan característica se debe a la abundancia de azufre en su superficie. La presencia de flujos de lava provoca que algunas regiones de este satélite alcancen temperaturas de hasta 2.000 K.
Ligeramente mayor que nuestra Luna, Ío posee la densidad más elevada de entre los satélites del Sistema Solar, la mayor gravedad superficial y la menor cantidad de agua de todos los objetos astronómicos de los que se tenga constancia en el Sistema Solar.
Apuntar para acabar que, además de Juno, este satélite ha sido objeto de observación por otras sondas espaciales como Cassini-Huygens en el año 2000 y New Horizons en 2007.