El 4 de julio de 1054, hace casi mil años, astrónomos chinos y árabes observaron de manera independiente la aparición de lo que creyeron que era una nueva estrella en la constelación de Tauro, a unos 6.300 años luz de la Tierra.
Durante las siguientes semanas llegó a alcanzar una magnitud aparente de entre -7 y -4,5 y se convirtió en el segundo objeto celeste más brillante del cielo nocturno, sólo por detrás de la Luna, pero poco a poco se fue desvaneciendo hasta que 22 meses después dejó de ser visible por completo.
Lo que los científicos de aquella época no sabían todavía era que lo que habían contemplado no era el nacimiento de un nuevo astro gigantesco, sino su muerte. Y es que ese punto de luz que divisaron fue el resultado de una explosión cataclísmica que se produjo cuando la estrella SN 1054 se convirtió en supernova.
Con el paso de los siglos, los restos de esta supernova formaron una nebulosa que actualmente tiene un diámetro de 3,4 parsecs (equivalentes a 11 años luz) y se expande a una velocidad de 1.500 km/s.
Conocida con el nombre de la Nebulosa del Cangrejo, en su región central se encuentra una estrella de neutrones de entre 28 y 30 kilómetros de diámetro que rota sobre sí misma 30,2 veces por segundo y emite pulsos de radiación gama y ondas de radio.
Actualmente, posee una magnitud aparente de +8,4, similar a la de la luna Titán de Saturno, y en buenas condiciones de observación se puede discernir con la ayuda de prismáticos. La imagen que tienes unas líneas más arriba es un mosaico ensamblado a partir de 24 exposiciones individuales tomadas por el telescopio espacial Hubble entre octubre de 1999 y diciembre de 2000.
En la misma se observa la intrincada estructura de filamentos que da forma a esta nebulosa. Está compuesta por helio e hidrógeno ionizados, junto con carbon, oxígeno, nitrógeno, hierro, neón y azufre que alcanzan temperaturas de entre 11.000 y 18.000 grados Kelvin y tienen una densidad de aproximadamente 1.300 partículas por cm3.