Hace unas horas se ha completado de manera oficial la compra de Twitter por parte de Elon Musk. Tras un tira y afloja que ha durado meses, el dueño de Tesla y SpaceX ha añadido esta red social a la lista de empresas que posee después de pagar 44.000 millones de dólares en su adquisición.
Atrás quedan los amagos de retirar su oferta y las consecuentes demandas que el consejo de administración de Twitter amenazó con interponer en caso de que diera marcha atrás en su intento de adquisición.
Desde hoy, la empresa es suya. Y no ha tardado en tomar decisiones polémicas, puesto que en su primer día al frente ya ha hecho oficial el despido de una parte de los máximos ejecutivos de compañía, a quienes deberá abonar indemnizaciones millonarias tal y como está recogido en las cláusulas compensatorias que todos ellos firmaron en su día.
Queda por ver qué decisiones estratégicas tomará al frente de Twitter. ¿Cumplirá con su palabra y limitará las herramientas de moderación que incluye esta plataforma al mínimo para satisfacer la cuestionable ideología política y de valores de la parte más retrógrada de la sociedad estadounidense? ¿Permitirá, por tanto, que racistas, homófobos, xenófobos, fascistas, misóginos y demás intolerantes tengan vía libre para publicar lo que quieran sin que nada ni nadie ponga freno a las barbaridades que vomiten?
En caso de hacerlo, deberá asumir que buena parte de su base de usuarios abandonarán antes o después Twitter. Porque la mayoría de personas que acuden a una red social, lo hacen para tener una experiencia agradable, para compartir información, opiniones y experiencias de manera educada, sin sobresaltos y sin el temor de que alguien les pueda insultar o amenazar por aquello que expresan.
No hace falta decir que, si eso sucede, los siguientes en marchar serán los anunciantes, que no querrán ver asociadas sus marcas a contenidos polémicos ni de tendencia extremista.
Elon Musk tampoco ha explicado qué hará cuando gobiernos dictatoriales en los que Tesla tiene intereses comerciales innegables le exijan que les facilite la información que Twitter posea de disidentes políticos. ¿Hará lo correcto y se negará en redondo u optará por proteger las ventas de sus coches?
Muchas dudas que solo el tiempo resolverá. Lo que parece innegable es que se ha metido de manera innecesaria en un charco del que le va a resultar muy difícil salir impoluto. Y, al menos esa es la sensación que uno tiene desde fuera, lo ha hecho guiado únicamente por su ego y sus ansias de protagonismo.