El triunfo de la Muerte, obra del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo
Entre 1338 y 1339, ratas infectadas por una variante de la enterobacteria Yersinia pestis transmitieron la peste negra a los habitantes de las zonas cercanas al Lago Issyk-Kul, situado al norte del actual Kirguistán, y marcaron el punto de inicio de una de las pandemias más mortíferas que ha afectado jamás al ser humano.
Los comerciantes de la Ruta de la Seda introdujeron la enfermedad en Europa a través de la ciudad de Caffa, situada en la Península de Crimea, en 1347. Durante los siguientes 6 años, se estima que más de 25 millones de personas murieron a causa de esta plaga sólo en el continente europeo y entre 40 y 60 millones más en el conjunto de Asia.
La comunidad científica considera que la peste negra redujo la población mundial desde los 450 millones de habitantes que había antes de su propagación hasta una cifra situada entre los 350 y 375 millones. Su tasa de mortalidad, que en Europa se situó entre el 30% y el 60% del total de la población, causó conflictos religiosos, sociales y económicos y dejó una profunda huella en las sociedades de la época, hasta el punto de que el Viejo Continente necesitó de 150 años para recuperar el número de habitantes que tenía antes del inicio de la plaga.
Expansión de la Peste Negra en Europa
Casi 7 siglos después de su irrupción, un equipo internacional de genetistas ha publicado un estudio en el que se pone de manifiesto que la peste negra dejó una marca en el genoma humano que permitió, a aquellos que portaban ciertos genes en su sistema inmune, el sobrevivir a la enfermedad. Esta investigación ahonda en la evidencia de que ciertas versiones de nuestros genes nos ayudan a combatir las infecciones de manera más eficaz a como lo hacen otros.
A lo largo de la historia, las personas que han portado genes que les permitían sobrevivir a las enfermedades más comunes en las regiones donde habitaban vivían de media mas años y podían transmitir su carga genética a las futuras generaciones en mayor grado que las gentes que no los tenían. Una forma de selección natural que es conocida en la genética de poblaciones como selección direccional o selección positiva.
Comúnmente, las investigaciones llevadas a cabo han tenido dificultades para localizar con precisión estos genes en los seres humanos debido a la vasta diversidad genética de las poblaciones actuales, fruto de siglos de mestizaje. La cuestión era, por tanto: ¿existe algún grupo étnico que, con el paso de los siglos, se haya dispersado por regiones muy alejadas las unas de las otras pero cuyos miembros, al mismo tiempo, no se hayan emparejado con los habitantes de las distintas zonas en las que se han ido asentando?
El inmunólogo del Centro Médico de la Universidad de Radboud Mihai Netea encontró la respuesta en su propio país cuando centró su atención en el pueblo romaní. Oriundos del norte de la India, a finales del siglo XIV llegaron a Rumanía y desde entonces han vivido en el país europeo pero apenas si se han producido matrimonios mixtos entre gitanos y nativos rumanos.
Niños romaníes. Fotografía realizada por MagneG
En el tiempo transcurrido desde su llegada, unos y otros han debido hacer frente al devenir de idénticas condiciones meteorológicas y al paso de las mismas enfermedades, la peste negra incluida. Unas situaciones que, lógicamente, no se han repetido en el norte de la India, de manera que los investigadores han buscado genes en los gitanos de Rumanía que se hayan visto favorecidos por la selección natural y que no estén presentes en sus parientes del norte de la India pero sí en los habitantes de etnia rumana.
A tal efecto, han tomado muestras de 100 rumanos europeos, 100 gitanos de Rumanía y 500 del norte de la India y han analizado qué genes habían cambiado más con el objeto de localizar aquellos cuya variación permitió a sus portadores combatir plagas como la de la peste negra de mediados del siglo XIV.
El equipo de investigadores ha corroborado que, a pesar de los siglos que hace que se separaron, los romaníes europeos siguen siendo muy similares a los del norte de la India a nivel genético. Pero hay 20 genes que tanto los rumanos como las poblaciones de etnia gitana asentadas en Rumanía comparten que no están presentes en sus homónimos indios.
Uno de esos genes está relacionado con la pigmentación de la piel, otro con los procesos inflamatorios y un tercero con la susceptibilidad a contraer enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide. Pero el que más ha llamado la atención de los investigadores ha sido un grupo de 3 genes relacionados con el sistema inmune encontrados en el cromosoma 4.
Dichos genes dan lugar a receptores de tipo Toll, unas proteínas que forman parte del sistema inmunitario innato y que se adhieren a las bacterias dañinas y lanzan una respuesta defensiva. Pero, ¿de qué manera podrían haber favorecido las versiones de estos genes a los rumanos y gitanos europeos pero no a los indios en el transcurso de los últimos 7 siglos?
Netea y sus compañeros han analizado la habilidad de estos receptores para reaccionar contra la bacteria Yersinia pestis y han descubierto que la respuesta del sistema inmune varía en función de la secuencia exacta de los receptores de tipo Toll, siendo más efectiva en las muestras procedentes de los habitantes europeos.
A raíz de estos hallazgos, los investigadores han examinado a individuos de otras regiones europeas, cuyos ancestros también hicieron frente y sobrevivieron a la peste negra, y han corroborado que portan variaciones similares en los receptores tipo Toll, algo que no sucede con las gentes de China o África, donde la muerte negra no se propagó.
A la vista de los indicios obtenidos, el equipo internacional de científicos que ha elaborado este estudio concluye que dichos genes son fruto de la selección direccional. Estas variaciones podrían explicar, además, el porqué los europeos responden de diferente manera a como lo hacen otras poblaciones a ciertos trastornos y, asimismo, presentan un grado de afectación diferente a algunas enfermedades autoinmunes.