La crisis económica que azota a gran parte del mundo está poniendo de manifiesto con mayor crudeza que nunca las enormes desigualdades que existen entre las grandes fortunas, cada vez más ricas, y las clases populares, paulatinamente más pobres.
La destrucción acelerada de puestos de trabajo, la pesada losa en forma de disparatadas hipotecas imposibles de pagar y las escasas, decrecientes y en no pocos casos ineficientes políticas sociales han abocado a mucha gente a la exclusión social y han convertido en cotidianas estampas propias de otras épocas tales como ver día tras día a personas rebuscando entre los contenedores de basura de las grandes ciudades.
Una situación de injusticia social que afecta progresivamente a un mayor número de ciudadanos sobre la que ha dado la voz de alarma Branko Milanovic, economista en jefe del departamento de investigación del Banco Mundial, que en un informe elaborado para la publicación científica Global Policy ha alertado de que en la actualidad el 8% de la población del planeta se embolsa el 50% de los ingresos globales.
Las diferencias en las retribuciones laborales no sólo están aumentando entre los ciudadanos de un mismo país, sino que también lo está haciendo a nivel más global entre los estados más ricos y los más pobres. Así, nos encontramos con que el PIB per cápita de Mónaco, el más alto del mundo, se sitúa en 171.465 dólares, mientras que el de la República Democrática del Congo, el más pobre, en sólo 231 dólares.
Una sencilla división nos muestra que este último es 742 veces inferior. Desgraciadamente, no es un caso aislado: el PIB per cápita de Luxemburgo es de 114.232 dólares, mientras que el de otro país africano como Burundi es de apenas 271 dólares. Una trágica realidad que debería llevar a una profunda reflexión a los autodenominados líderes mundiales y élites financieras.
Pero si las desigualdades en los ingresos son dramáticas, aún lo son más las relacionadas con la riqueza. Un concepto éste último más amplio en el que no sólo tienen cabida los sueldos sino también las propiedades, valores, ahorros, inversiones y empresas de toda índole que una persona pueda poseer.
Actualmente se estima que una élite de súper millonarios compuesta por el 0,14% de la población acumula el 81,3% de la riqueza neta mundial. Este exclusivo club de privilegiados se estima que posee unos 44,8 billones de dólares, de los cuales 19,6 billones, un 43,75% del total, se cree que están a buen recaudo en paraísos fiscales. Mientras tanto, el restante 99,86% de las gentes de la Tierra poseemos únicamente el 18,7% de la riqueza.
Una absoluta aberración que no sólo tiene todas las papeletas para perpetuarse en el tiempo, sino que además lo va a hacer de una manera si cabe más marcada, dado que los ingresos de los más ricos han aumentado más de un 60% en los últimos 20 años, mientras que los de las clases más populares se han mantenido estancados. Una triste realidad a la que, salvo inesperada revolución, nos tendremos que ir acostumbrando.