La temperatura media en la Tierra se ha incrementado en los últimos 100 años a un ritmo sin precedentes. Si bien es cierto que el clima siempre ha variado, la emisión incontrolada de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, clorofluorocarburos o los compuestos perfluorados está acelerando este proceso.
La concentración de CO2 en la atmósfera es un 31% superior a la que había antes de la Revolución Industrial. Es más, nunca antes en los últimos 420.000 años, el periodo en el que se han podido obtener datos fiables a partir de núcleos de hielo, se habían alcanzado niveles tan altos. Yendo más atrás, y tomando como referencia evidencias geológicas menos directas y fiables, se estima que los valores actuales de dióxido de carbono sólo son comparables a los que había en el planeta hace 40 millones de años.
El 75% de las emisiones de CO2 a la atmósfera procedentes de actividades humanas son consecuencia del uso de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas, que se utilizan para la producción de energía y el transporte. El resto son debido a los usos agropecuarios y a la deforestación de amplias zonas de Asia, África y Sudamérica.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, un organismo creado por la Organización Meteorológica Mundial y el Programa Ambiental de las Naciones Unidas para estudiar el cambio climático originado por las actividades humanas, señala en uno de sus informes que la temperatura global ha subido en el último siglo una media de 0,6 ± 0,2 °C.
Asimismo, pone de manifiesto que desde mediados del siglo XX se ha observado una tendencia creciente de eventos climatológicos extremos y vaticina que, en adelante, los periodos de temperaturas muy altas y precipitaciones fuera de lo normal se sucederán con más frecuencia de la habitual y tendrán consecuencias desastrosas para la vida de millones de personas, especialmente en los países más pobres.
El Protocolo de Kioto, firmado en 1997, promueve una reducción de las emisiones contaminantes, especialmente de CO2, pero la mayoría de países desarrollados que se adhirieron al mismo lo están incumpliendo. Además, desde los estados emergentes es considerado como injusto, ya que la reducción o incluso la moderación de los niveles de emisiones totales que establece podría suponer un freno al desarrollo económico e industrial que están experimentando.
Pero, ¿hasta qué punto aumentarán las temperaturas en los próximos 100 años? Científicos y climatólogos están recurriendo a modelos computerizados del clima para tratar de predecir dicha evolución, obteniendo resultados que difieren los unos de los otros hasta en un 400%.
Esta circunstancia es utilizada por los pocos que aún cuestionan que el hombre sea el culpable último del calentamiento global para poner en duda dichas conclusiones y considerarlas confusas, contradictorias e incluso inválidas. Los ecólogos responden, por contra, que ningún grupo de investigadores serios ha sido capaz de producir un modelo que no prediga que las temperaturas se elevarán en el futuro.
Lo cierto es que conviene actuar lo antes posible y tomar medidas drásticas para poner freno primero y disminuir después las emisiones de gases de efecto invernadero si no queremos que sea demasiado tarde. Nunca antes la concienciación ecológica había calado tanto entre una parte significativa de la sociedad, especialmente en la de los países ricos. Ahora sólo cabe esperar que los políticos escuchen a sus ciudadanos y tomen las medidas que estos demandan.