El porcentaje de la superficie terrestre que durante las épocas estivales se ve afectado por olas de calor extremo se ha disparado en las últimas décadas, pasando de un porcentaje inferior al 1% en los años anteriores a 1980 a un preocupante 13% en la actualidad.
La variación es de tal magnitud y se ha producido en un periodo de tiempo tan corto que James Hansen, un científico de la NASA, ha realizado en colaboración con Makiko Sato y Reto Ruedy un estudio titulado Perception of climate change en el que concluye que eventos como el tórrido verano que tuvimos que soportar en Europa en el 2003, en Rusia en el 2010 o en Texas en el 2011 son consecuencia directa del calentamiento global.
Tan categórica afirmación ha generado una gran controversia entre la comunidad científica internacional y, en especial, entre los escépticos del cambio climático, que apuntan que para llegar a una conclusión de ese tipo es necesaria una muestra estadística mucho más amplia que la utilizada por Hansen.
Éste, por contra, sostiene que su estudio presenta datos irrefutables, como es el hecho de que entre 1951 y 1980 sólo el 0,2% de los continentes estuvo sometido a unas temperaturas que pudieran considerarse como particularmente extremas, mientras que entre el 2006 y el 2011 esa cifra ha llegado a picos de hasta el 13%.
Aunque el texto ha sido publicado hace sólo unas horas, no han tardado en aparecer partidarios y detractores de las conclusiones que del mismo se extraen. Entre los primeros se encuentra Andrew Weaver, un climatólogo de la Universidad de Victoria en la Columbia Británica que se muestra favorable a relacionar el incremento súbito del número de olas de calor con el calentamiento global.
Otros científicos, en cambio, no opinan de la misma manera y sostienen, como es el caso de Claudia Tebaldi, que aunque los datos recopilados por Hansen son sólidos, no existe una evidencia lo suficientemente sólida que permita proclamar, sin atisbo de duda, que la mano del hombre está detrás del reciente aumento de las temperaturas.